Jerez de la Frontera.
Uno
de los dos días que pasaremos en la provincia de Cádiz, lo dedicaré a recorrer
la población de Jerez. Es la población más importante de la provincia por
habitantes y término municipal y junto con la propia Cádiz y Algeciras forman
el triángulo de ciudades más significativo de la provincia.
Aprovecho
un desplazamiento laboral de mi hijo Javier para, oportunamente, sumarme
haciéndole compañía, aunque realmente a lo largo de nuestra estancia en la
provincia sólo vamos a compartir trayectos de ida y regreso y las últimas horas
de la tarde. Él tiene obligaciones que atender y yo aprovecharé esas horas
laborales para recorrer los dos núcleos poblaciones de la provincia a visitar.
Cádiz y Jerez.
Jerez
de la Frontera ya da señales de su procedencia cuando en el límite de reinos
(cristiano y musulmán) eran habituales las escaramuzas. Hechos que se
prolongaron durante bastante años hasta que se conquistó Algeciras, que servía
de puerto de entrada para los refuerzos del norte de África.
A
partir de esa conquista, y controlado el acceso más “cómodo” de los refuerzos,
la vida en la ciudad de tranquilizó, las construcciones abandonaron el recinto
amurallado, se cultivaron de forma intensiva y extensiva las tierras de los
alrededores y la ciudad creció y se enriqueció. Son cuatro los elementos
distintivos de esta ciudad: el vino que le ha dado fama a nivel mundial, la
cría y doma del caballo cartujano, ser una de las cunas del flamenco y poseer
en su término uno de los circuitos de fórmula uno permanentes.
En
mis recorridos, apenas sin mapas, ya que el tiempo me lo permite, voy a
deambular por las calles de Jerez con apenas algunos hitos fijos: El Alcázar,
la Catedral y el Museo Arqueológico. Todo lo demás lo dejo al albedrío de los
recorridos por las calles que me sean más atractivas y en su defecto por la
intuición. Fuera de los circuitos puramente turísticos me gusta conocer los
sitios a visitar con sus sorpresas, atractivas o no tanto.
Ni
que decir tiene que en mi deambular por la ciudad voy a encontrarme con
multitud de iglesias (ya a finales del s.XVII existían más de una docena de
conventos intramuros y otro par fuera del recinto amurallado, actualmente he
contado más de sesenta parroquias en el listado de la diócesis), casas
palaciegas, mansiones señoriales y barrios semi-abandonados.
Como
todas las ciudades que tienen larga historia y por ello se vieron ampliamente
implicadas durante la reconquista, mantienen –al menos en sus barrios antiguos-
la distribución heredada: calles estrechas, laberínticas y cortas, salpicadas
de plazuelas. Tanto es así que en mi desplazamiento por la ciudad buscando la
ubicación del Museo Arqueológico, hube de interrogar a caminantes en diversas
ocasiones porque (después lo comprendí) era imposible dirigirme de una sola
tacada por lo intrincado del recorrido.
Desesperado,
cuando al final llegué a una amplia plaza desangelada, por presencia y
construcciones, sólo se me ocurrió preguntar a uno de los pocos presentes para
que me informara que me diera media vuelta para ver en letras bien grandes el
letrero buscado en el edificio de enfrente.
Así
conseguí ver, además de los tres monumentos que llevaba “in mente” las iglesias
de San Miguel, Nuestra Señora de la Merced, San Mateo, Nuestra Señora del Carmen
Coronada, Iglesia de San Francisco, Palacio Episcopal, etc.
El
Alcázar es una construcción almohade, sede del poder político y militar de la época. Espacio amurallado que
contenía no sólo las edificaciones del alcázar sino un recinto amurallado mucho
más extenso que procuraba defensa a la población.
Las
puertas de acceso en L (recodo), típicas
de las construcciones árabes que facilitaban su acceso y defensa al recinto
desde a ciudad. La superficie amurallada era mucho más extensa, ya que la muralla
se prolongaba durante más de cuatro kilómetros para acoger una ciudad que llegó
a albergar a 16.000 pobladores. Tras atravesar un monumental arco de herradura
se accede a la construcción.
En
el s. XVIII se levantó una almazara por la gran importancia que adquirió el
cultivo del olivo en toda la región. Además del molino propio es digno de ver
la gran viga que se utilizaba como prensa para la extracción del aceite. Llama
la atención (en la sala de la viga) la poderosa estructura que se usaba, con
ayuda animal para girar el tornillo sin fin, para accionar la prensa y poder
extraer hasta la última gota del aceite.
El
Palacio de Villavicencio (integrado en el recinto) corresponde al s. XVII, se construyó sobre el original islámico, superponiendo las nuevas
estructuras sobre las antiguas. Las salas del palacio de Villavicencio ostentan
gran lujo como correspondía al estilo imperante: el barroco.
Hoy
de todo el palacio, sólo estaban visitables las salas de la segunda planta que
contienen la farmacia municipal del siglo XIX con sus muebles de madera,
redomas y botamen de la época. Aunque publicitada, no está abierta la Cámara
oscura que ocupa la torre del edificio, con lo que me quedo con las ganas de
hacer un recorrido de la ciudad a vista de pájaro.
Una
de las impresiones más gratas de la jornada ha sido la visita a la catedral. No
por el edificio en sí, que me ha encantado, pero después del patrimonio
catedralicio del que disponemos en España, no me ha impresionado especialmente;
si lo ha hecho el haber coincidido mi visita con el ensayo del organista
oficial de la catedral. Hacer la visita al templo y posteriormente a las
dependencias anexas: patio de los naranjos, tesoros, sacristía, escalera sin
salida, etc., con la música del órgano de acompañamiento ha sido uno de los
momentos más placenteros que yo recuerde.
Si
a ello añado una plácida aunque corta charla con el organista aprovechando un
cambio de partituras, no exageraría si afirmo que será uno de los recuerdos que
reúnen todos los elementos para perdurar en el tiempo. Sólo ese rato hubiera
validado los setecientos kilómetros en el coche y otros pocos andando de estas
dos jornadas.
Jerez,
10 de febrero de 2016
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