Inicio del embovedado junto a la iglesia de Santa Ana en Plaza Nueva.
Fecha: 8-1-2016 Peñoncillos 8’30h.
M.I.D.E.:2,2,3,3. Mirador
Cerro del Muerto 9’30h.
Duración: 7h (Lineal) Fuente
de la Teja 10’30h.
Desnivel en bajada: 544 metros Huétor
Santillán 11’50h.
Rangos de temperatura: de 4ºC a los 16ºC Cortijo Cortes 12’30h.
Jesús
del Valle 14’00h.
Granada 15’30h.
En
diferentes salidas he andado junto al cauce del río Darro (llamado por los latinos Dauro, derivado de Dat Aurum, porque da oro como afirma Lucio
Marineo); ese río asociado por antonomasia a la ocupación musulmana de
Granada por ser el elegido para suministrar agua, primero a la Alcazaba, ya que
su cauce discurre por debajo de la zona fortificada y después, de forma mucho
más elaborada al Generalife y a los palacios de la Alhambra mediante una
acequia de unos 6 kilómetros de longitud que aseguró el suministro al recinto.
La
parte alta y la baja de su recorrido las conozco casi desde siempre ya que
desde la niñez he visitado esos tramos; el primero en el Parque Natural de la
Sierra de Huétor, el segundo en las cercanías ya de Granada. Este corto río (alrededor de 25 kilómetros) fue sin embargo el eje vertebrador de la Granada
musulmana: encaramados en las colinas que lo dirigen, a un lado el Generalife
y la Alhambra, enfrente el barrio del Albaicín. He demorado este recorrido,
hasta ahora, porque necesitaba que alguien me acercara hasta el Parque Natural
y me “abandonara” allá, que ya me encargaría yo de regresar hasta Granada: solo se trata de bajar.
A
pesar de la cortedad de su recorrido y nacimiento en cota no
excesivamente alta (1.230 metros), consigue mantener un caudal permanente durante todo el año,
incluidos periodos muy secos; quizás por ello fue el elegido por los
constructores árabes para el aprovisionamiento, o quizás ya se venía explotando
desde épocas anteriores romanas y simplemente se siguieron desarrollando las
estructuras ya existentes. Desde su entrada a la ciudad por el puente del Algibillo –ya a los
pies de la Alhambra- hasta el inicio del embovedado, en esos escasos 653 metros (antes de ocultarse definitivamente a la vista de los granadinos) consigue
alcanzar fama internacional, para algo más de kilómetro y medio más adelante
entregar su tributo al Genil, junto al denominado "Puente Romano", de forma sumamente discreta.
Ya
que no es posible el acceso para vehículos hasta la Fuente de la Teja,
nacimiento del río, me van a dejar junto a la casa forestal de Los Peñoncillos,
donde una barrera marca el límite para vehículos. Pero no voy a hacer yo el
recorrido por la carretera sino que voy a transitar por el denominado Sendero
“Cañada del Sereno”, recorrido circular que me va a acercar, entre bosque de
pinos y encinas, eso sí dando un gran rodeo, hasta la Fuente de la Teja donde
se ha situado tradicionalmente el nacimiento, haré en total unos 35 kilómetros.
Es
un precioso recorrido que se adentra en el corazón del Parque, primero
remontando por lomas que se dedicaron tradicionalmente al pastoreo; diviso
vestigios de amplios corrales donde pernoctaba el ganado para, seguidamente
entrar en un paraje denominado “el jardín” en que el pinar (mayoritariamente
resinero) cede terreno a las encinas, mientras el suelo se cubre de tomillos,
romeros, jaras, mejoranas y enebros.
Pasa
el sendero a los pies del cerro del Púlpito, pirámide calcárea de 1.426 metros
de altura donde se cobijan además de ejemplares de cabra montés algunas
especies vegetales que se aferran a la roca donde encuentran cobijo y sustento.
Junto a él el cerro Garay y el Calar de los Mármoles. Continuo en descenso para
entre pinos resineros, encinas y quejigos con algunas madreselvas y majuelos,
acercarme hasta la Fuente de la Teja.
Desde
aquí voy a seguir, lo más cerca del cauce que la orografía me permita,
acompañando el discurrir del río hasta que abandona el Parque para regar los
huertos de Huétor. Este tramo o curso alto del río, entre encinas y pinos de
repoblación con islas de choperas allá donde el barranco se ensancha y
ejemplares junto al agua de alisos, sauces, juncos y multitud de zarzas e
hiedras trepadoras, se va encajonando cada vez más hasta llegar a su máximo
justo cuando saliendo de los límites del parque, discurre a los pies de los
cerros Maullo y de la Cruz (derecha e izquierda respectivamente).
Alumbra
la sierra apenas un reguerillo de agua en las inmediaciones de la Fuente de la
Teja. Otros años cuando las lluvias son generosas, viene de más arriba -ya
rumoroso- barranco abajo. Hoy apenas con fuerzas para progresar, recorre unos
cientos de metros compartiendo itinerario con la carretera. Algo más abajo,
nostálgico de su procedencia, decide retornar a las entrañas de la montaña,
allá donde las sierras calcáreas gestan los ríos.
El
sendero tras acompañar, cruzar e incluso invadir a tramos el cauce durante
cuatro kilómetros, llega hasta el denominado “segundo nacimiento”, ya en el
kilómetro cinco (existieron mojones indicadores marcando cada kilómetro del
cauce del río, actualmente sólo he visto éste). A partir del punto kilométrico
cinco, de nuevo en superficie, aunque con la misma escasez de agua, el río se
decide a recorrer definitivamente en superficie la geografía asignada.
Una vez alcanzado el límite sur del Parque Natural de la Sierra de Huétor desaparecerán las zonas boscosas con predominio de los pinos: negros, laricios y silvestres, al menos como especie dominante para dar paso a los árboles frutales, bancales, huertos y viviendas.
Abandonado
el parque recorre los aledaños de su primera y penúltima población por la que pasa y riega:
Huétor Santillán; la otra y última será la propia Granada. Apenas sale a la luz
de nuevo, dos acequias se encargan de mermarle el poco caudal acumulado: la
acequia de Huétor, por la izquierda y acequia Haza del Rey por la derecha. Lo
que queda atraviesa la población para sumar algunos arroyos, (cuando llueve) y el
caudal del río Beas una vez alcanzados los terrenos del Cortijo Cortes.
Yo
penetro en la población por la calle Molino Alto, hasta –siempre en bajada-
llegar a la antigua carretera nacional, que cruzo perpendicularmente en
busca de la Plaza del Ayuntamiento, la calle Ancha y proseguir por la calle
Agua que no abandonaré hasta salir del pueblo. Esta calle tiene continuidad en
un estrecho carril que discurre muy cerca del río, entre bancales semi-abandonados
y choperas sin aparentes cuidados.
Aquí
el río, perdida la cota en la que nació, se remansa y se retuerce intentando
ocupar todo el ancho del valle. No le deja el hombre con sus terraplenes
para abancalar el terreno y sembrar algunos nogales o choperas. El lecho del
río sí que se ha respetado, yo diría que durante décadas, ya que presenta un
aspecto enmarañado, plagado de vegetación, troncos caídos que imposibilita su
cruce si no es por los pasos establecidos y estos con riego de mojadura si el
caudal es algo crecido.
En
mi caminar alcanzo el azud que da nacimiento a la Acequia Real, aquella que
alimenta primero las fuentes y huertas del Generalife y después refresca y
nutre los distintos palacios de la Alhambra. De origen árabe, aunque visiblemente
muy reconstruido, ocupa el mismo lugar que se eligió en su día por los
constructores musulmanes. Una compleja obra con infraestructura de rebose y
sedimentación de lodos. Curiosamente eligieron el inicio de la acequia por la derecha cuando
su destino final se encuentra a la izquierda del río, imagino que para
aprovechar su caudal en el trabajo de algún molino, antes de volver a cruzar el
río, esta vez por medio de un pequeño acueducto.
Este
tramo intermedio del río, entre olivares, regaba toda la hacienda de Jesús del
Valle. En su origen propiedad de los jesuitas y más recientemente de un
constructor granadino, que aunque está declarado BIC (bien de interés cultural
y por ello de obligada conservación) se ha dejado deteriorar hasta presentar
actualmente un aspecto lamentable –ruinas-, sin que yo conozca ninguna
consecuencia para su propietario.
Una
vez sobrepasada la hacienda se introduce, (recorriéndolo en su totalidad), en el
Valle de Valparaiso: arriba y a la derecha la Abadía del Sacromonte, barrio del
Sacromonte y colegio Ave María -Casa Madre-; a la izquierda: Dehesa del Generalife
y el Camino del Avellano. En medio diferentes construcciones, alguna
explotación ganadera, parcelas labradas, choperas y bosque de ribera en las
zonas asalvajadas, hasta entrar en la ciudad por el puente del Aljibillo y
recorrer el Paseo de los Tristes y la Carrera del Darro antes de ocultarse de
nuevo y esta vez definitivamente junto a la iglesia de Santa Ana, para
atravesar la ciudad por su subsuelo (Plaza Nueva, calle Reyes Católicos, Puerta
Real, Plaza de las Batallas y calle Acera del Darro), hasta su desembocadura en
el río Genil en las inmediaciones del denominado Puente Romano.
Recordatorio: en nuestras salidas al campo
sólo debemos dejar nuestras pisadas, todo lo demás: impresiones, fotos y
residuos (orgánicos e inorgánicos), deben regresar con nosotros.
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