miércoles, 16 de marzo de 2016

Boca de la Pescá, Arenales Trevenque, Peñamadura y Río Dílar (Sierra Nevada - Granada)

Camino entre cerros aparentemente estériles pero que son soporte para flora muy especializada. 



Apenas abandonada la carretera y ascendidos los primeros metros.

Ascenso a la Boca de la Pescá, ladera sureste.

A media subida me vuelvo para ver retorcerse el sendero ya pisado.

La cima de la Boca de la Pescá desde éste ángulo parece mucho mas redondeada y sin dientes.

Estando en la cima diviso el Trevenque y sus contorno a los que me tengo que acercar.

Cámara de carga y residencia de su cuidador, cuando lo había. Hoy la acequia estaba fuera de servicio.

Junto a la edificación las primeras cabras.

En uno de los promontorios de la cima la caseta de vigilancia. Esta es la otra mitad.

Mirando hacia la vega de Granada desde la cima.

Junto a la caseta con la sierra del Manar (Silleta del Padul) al fondo.

Cortijo del Hervidero.

Boca de la Pescá vista desde cerca del Collado de Sevilla.

No se inmutan por mi presencia: siguen en celo y sólo importa una cosa.

A mediados de diciembre y floreciendo, parece evidente que es una "anomalía". 

Los arenales que rodean el Trevenque (2.079 m.) a pesar de su aparente desolación acogen especímenes interesantes y únicos.

Poco acostumbrada a presencias humanas no tardó en ganar altura.

Fuente en la cara sureste del Trevenque, entre pinos y arenales.

En rigurosa fila india y guidas por una que será hembra cuando alcance la madurez.

Río Dílar por debajo del Collado Martín.

Río Dílar con el Puntal de los Mecheros de fondo. 

Puntal de los Mecheros (1.871 metros).

Loma de Peñamadura por donde discurre un -para mí- precioso sendero.

Los Alayos, cuerda paralela a la del Trevenque cuyas cimas oscilan entre los 1800-1900 metros.

Restos de asentamientos y un poco antes un "hoyo de papas" junto al sendero.

Paraje denominado "Las Corzas".

Equilibrios naturales.

Desde el Collado del Pino: Puntal de los Mecheros y Trevenque.

Caseta junto a la toma del Canal de la Espartera.

Curso del río Dílar entre las cuerdas de los Alayos (izquierda) y Trevenque (derecha).

En el fondo del cerrado barranco: el río, donde estos días apenas logra penetrar el sol.

La espesa vegetación

Río Dílar, una de las múltiples veces que lo tengo que cruzar.

De nuevo el sendero decide cambiar de orilla.

Muy cerca de la central eléctrica este azud para propiciar el inicio de una acequia.

Cuando el río discurre entre carretera y área recreativa.

El área recreativa hoy estaba huérfana de visitantes.

Sólo se escuchaba el murmullo del agua abajo y el susurro del aire arriba.

Junto al aparcamiento me despido del río al que he acompañado durante las últimas dos horas.


Fecha: 16-12-2015                                                 Área Rec. Río Dílar                          8’00h.
M.I.D.E.:2,2,3,4.                                                    Boca de la Pescá                                 9’20h.
Duración: 8h (Circular)                                          Fuente arenales                                 11’30h.
Desnivel en subida: 900 metros                            Las Corzas                                         12’45h.
Rangos de temperatura: de 6ºC a los 21ºC         Toma del canal Espartera             13’45h.
                                                                               Área Rec. Río Dílar                          16’00h.


Voy a intentar hacer un itinerario por la media montaña de Sierra Nevada de forma circular alternando unos tramos por el Parque Natural, con otros que se adentran en el Parque Nacional. Ya sabemos que los Parques Nacionales son la figura máxima de protección para un territorio, delimitan áreas de riqueza excepcional en estado casi virgen y que acogen en su interior reductos donde la fauna y flora presenta peligro de extinción. Generalmente tienen un doble propósito: refugio para la fauna y flora salvaje y atracción turística que de forma controlada se convierte en fuente de riqueza para el propio mantenimiento del parque. En nuestro caso podemos afirmar de forma genérica que abarca todo lo que está por encima de la cota 2000, con algunas significativas excepciones.

Últimamente se tiene muy claro que un territorio (Parque Nacional) sin gente no es viable, por lo que es vital que los pobladores afectos al parque se sientan vinculados a él, y la forma más palpable de esa vinculación es que reciban parte de los beneficios, entre ellos los económicos, que la figura del parque genera. 

El Parque Natural de Sierra Nevada rodea en toda su extensión al Nacional. Son áreas naturales con pocas transformaciones debidas a la ocupación humana que bien por la belleza de los paisajes, singularidad de su flora y/o fauna, formaciones geomorfológicas, etc., poseen valores ecológicos, científicos y estéticos que merecen su conservación. Y en nuestro caso protege –rodeándolo- al de mayor interés como es el Nacional.

Había pensado en hacer un recorrido circular partiendo de las cercanías de la población de Dílar para irme adentrando en los parques. Precisamente en una de las excepciones que mencioné antes: las dolomías del Trevenque y los Alayos. Tras aparcar junto al área recreativa del río Dílar, comienzo a caminar por la misma carretera de acceso –ya cortada por barrera- a la central eléctrica, para desviarme a la izquierda y comenzar a ascender cuando estoy apenas a una cincuentena de metros de la propia central.

Arranca el sendero poco antes y con el edificio de la central ya a la vista, encaramándose decididamente ladera arriba buscando altura de forma inequívoca. Estoy subiendo a la Boca de la Pescá. Es un sendero zigzagueante por el que se ganan metros de forma rápida. Intuyo que se usó en su día para dar servicio a la cámara de carga de la propia central, ya que arriba hay una pequeña construcción en que posiblemente habitaba la persona encargada del control de la cámara.

Las cámaras de carga cumplían varios objetivos: almacén de agua para que el caudal fuera continuo, último depósito para la decantación de los residuos sólidos y filtro mediante una rejilla coladera para retener las hojas y pequeñas ramas; era muy importante mantenerla limpia constantemente ya que a partir de aquí cualquier residuo acabaría en las turbinas. Junto a las cámaras de carga suele haber un aliviadero para desviar el agua, barranco abajo, cuando hay exceso de caudal o se hacen labores de mantenimiento en la tubería de bajada o en la propia central y es necesaria su paralización.

Alcanzada las edificaciones de la cámara de carga, tengo que seguir subiendo una centena de metros para coronar una de las cimas de la Boca de la Pescá (1.522 metros). Algo más alta la que soporta una caseta de vigilancia contra incendios, hoy aprovechada para instalar un pequeño belén. Estoy haciendo el mismo recorrido que quise hacer en mayo de 2013 (por lo que casi he repetido título), y que el voluminoso caudal del río lo impidió en aquella ocasión. Hoy dadas las fechas, las buenas temperaturas y la nula nieve en las cimas creo que no se presentarán circunstancia que me lo dificulten.

Desde la cima, hay que descender, recorriendo buena parte de la cuerda, buscando el Collado Sevilla para, al menos en su primer tramo, seguir el sendero PR-A21 que atravesando los arenales y rodeando el Trevenque por el sur, va a juntarse con la carretera terrera que da servicio a los cortijos Chaquetas prolongándose hasta el nacimiento de la acequia de la Espartera. Pero me he adelantado mucho.

En el Collado Sevilla me encuentro con un pequeño rebaño de cabras montesas compuesto por media docena de hembras vigiladas por un robusto y cornudo macho. Generalmente cuando están en celo, la atención del macho se focaliza en controlar a las hembras por lo que se “desentiende” de la presencia humana, lo que me ha permitido acercarme bastante.

El PR-A21 recorre el sector más llamativo de los arenales del Trevenque (verdaderos ríos de arena) que van acumulando la erosión, arrastrando las arenas formadas por el proceso de rotura de las rocas madres debida a los cambios repetidos y bruscos de temperatura hasta los fondos de los barrancos o por las tormentas otoñales que cuando se desploman y muerden las pendientes, ahondan aún más los pliegues de las laderas. Justo cuando el sendero alcanza la carretera, yo lo abandono –momentáneamente- para acercarme a un inesperado manantial que bajo unos pinos alumbra un buen y fresco caño de agua. Tras asustar primero y fotografiar después, a una inquieta ardilla, beber y tomar algo me he reincorporado a la carretera para ascender hasta el collado Chaquetas.

Esta corta ascensión se ha visto amenizada por las múltiples “procesiones” de orugas del pino que en rigurosa fila india caminaban por todos lados en busca de refugio para su última transformación. Debería ser entre febrero y abril cuando estas procesionarias bajan al suelo para tras enterrarse completar el ciclo y resurgir en forma de mariposa durante el verano. Evidentemente este año las anómalas temperaturas están trastocando los ciclos vitales de muchas especies y de ésta (Thaumetopoea pityocampa) entre ellas.

Desciendo hasta el río Dílar para tras cruzarlo remontar por la ladera enfrentada unos metros hasta coger un pequeño sendero, muy desdibujado al principio y siempre horizontal, que va a recorrer buena parte de la Loma de Peñamadura. Precioso recorrido no muy frecuentado que ha sido señalizado recientemente (manchas de pintura verde fosforito en las piedras del camino) hasta alcanzar, primero el paraje denominado Las Corzas y después la zona alta de La Cuesta del Pino en las faldas de los Alayos. Prolongado descenso este de la Cuesta del Pino que me conduce de nuevo hasta el cauce del río Dílar en las inmediaciones de la pequeña represa donde nace el Canal de la Espartera.

Desde aquí si voy a seguir de forma permanente el curso del río. La geografía me obliga a cambiar de orilla en reiteradas ocasiones, algo que hoy puedo hacer sin mojarme porque el caudal no es mucho y la valiosa ayuda de los bastones me permite equilibrarme sobre las piedras del lecho a pesar de estar mojadas y resbaladizas. Es un recorrido que desconocía, lleno de vegetación y no toda amigable por lo que las señales en la piel se han ido multiplicando durante las más de dos horas que he tardado en recorrerlo. Incluso en algún momento el “entrañable” y lacerante abrazo de una efusiva zarza ha detenido en seco mi caminar, abrazo del que me ha costado liberarme ya que sus púas habían penetrado profundamente en mi piel, ¿será que también las plantas sienten la falta de cariño o se angustian por la soledad?.

Dada la profundidad del barranco y el recorrido del sol (ya que aquí el río discurre varios centenares de metros por debajo de las cimas de ambas laderas, lo que impide que penetre hasta el fondo), favorece la abundancia de zonas húmedas que junto con las suaves temperaturas de este otoño facilita la exuberancia vegetal, estrechando el camino de forma severa. En los tramos más amplios, el sendero bien dibujado, es amplio y cómodo de seguir; en otros donde el cauce ha excavado un estrecho paso los cambios de orilla se hacen obligatorios, e incluso, en un par de ocasiones, hay que remontar unos metros para volver en seguida a retomar la orilla del cauce.

Acaba el sendero junto a la edificación de la propia central eléctrica de Dílar donde se convierte en carretera, que tras dejar a la izquierda el área recreativa y tras los últimos minutos de caminar, me acerca enseguida hasta el aparcamiento donde una barrera me obligó a dejar el coche esta mañana.


Recordatorio: en nuestras salidas al campo sólo debemos dejar nuestras pisadas, todo lo demás: impresiones, fotos y residuos (orgánicos e inorgánicos), deben regresar con nosotros.





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