Junto al aparcamiento me despido del río al que he acompañado durante las últimas dos horas.
Fecha: 16-12-2015 Área
Rec. Río Dílar 8’00h.
M.I.D.E.:2,2,3,4. Boca
de la Pescá 9’20h.
Duración: 8h (Circular) Fuente
arenales 11’30h.
Desnivel en subida: 900 metros Las
Corzas 12’45h.
Rangos de temperatura: de 6ºC a los 21ºC Toma del canal Espartera 13’45h.
Área
Rec. Río Dílar 16’00h.
Voy
a intentar hacer un itinerario por la media montaña de Sierra Nevada de forma
circular alternando unos tramos por el Parque Natural, con otros que se
adentran en el Parque Nacional. Ya sabemos que los Parques Nacionales son la
figura máxima de protección para un territorio, delimitan áreas de riqueza
excepcional en estado casi virgen y que acogen en su interior reductos donde la fauna y flora presenta
peligro de extinción. Generalmente tienen un doble propósito: refugio para la
fauna y flora salvaje y atracción turística que de forma controlada se
convierte en fuente de riqueza para el propio mantenimiento del parque. En nuestro caso podemos afirmar de forma genérica que abarca todo lo que está por encima de la cota 2000, con algunas significativas excepciones.
Últimamente se tiene muy claro que un territorio (Parque Nacional) sin gente no es viable, por lo que es vital que los pobladores afectos al parque se sientan vinculados a él, y la forma más palpable de esa vinculación es que reciban parte de los beneficios, entre ellos los económicos, que la figura del parque genera.
El
Parque Natural de Sierra Nevada rodea en toda su extensión al Nacional. Son
áreas naturales con pocas transformaciones debidas a la ocupación humana que
bien por la belleza de los paisajes, singularidad de su flora y/o fauna,
formaciones geomorfológicas, etc., poseen valores ecológicos, científicos y
estéticos que merecen su conservación. Y en nuestro caso protege –rodeándolo-
al de mayor interés como es el Nacional.
Había
pensado en hacer un recorrido circular partiendo de las cercanías de la
población de Dílar para irme adentrando en los parques. Precisamente en una de
las excepciones que mencioné antes: las dolomías del Trevenque y los Alayos.
Tras aparcar junto al área recreativa del río Dílar, comienzo a caminar por la
misma carretera de acceso –ya cortada por barrera- a la central eléctrica, para
desviarme a la izquierda y comenzar a ascender cuando estoy apenas a una
cincuentena de metros de la propia central.
Arranca
el sendero poco antes y con el edificio de la central ya a la vista,
encaramándose decididamente ladera arriba buscando altura de forma inequívoca.
Estoy subiendo a la Boca de la Pescá. Es un sendero zigzagueante por el que se
ganan metros de forma rápida. Intuyo que se usó en su día para dar servicio a
la cámara de carga de la propia central, ya que arriba hay una pequeña
construcción en que posiblemente habitaba la persona encargada del control de
la cámara.
Las
cámaras de carga cumplían varios objetivos: almacén de agua para que el caudal
fuera continuo, último depósito para la decantación de los residuos sólidos y
filtro mediante una rejilla coladera para retener las hojas y pequeñas ramas;
era muy importante mantenerla limpia constantemente ya que a partir de aquí
cualquier residuo acabaría en las turbinas. Junto a las cámaras de carga suele
haber un aliviadero para desviar el agua, barranco abajo, cuando hay exceso de
caudal o se hacen labores de mantenimiento en la tubería de bajada o en la
propia central y es necesaria su paralización.
Alcanzada
las edificaciones de la cámara de carga, tengo que seguir subiendo una centena
de metros para coronar una de las cimas de la Boca de la Pescá (1.522 metros). Algo
más alta la que soporta una caseta de vigilancia contra incendios, hoy
aprovechada para instalar un pequeño belén. Estoy haciendo el mismo recorrido
que quise hacer en mayo de 2013 (por lo que casi he repetido título), y que el
voluminoso caudal del río lo impidió en aquella ocasión. Hoy dadas las
fechas, las buenas temperaturas y la nula nieve en las cimas creo que no se
presentarán circunstancia que me lo dificulten.
Desde
la cima, hay que descender, recorriendo buena parte de la cuerda, buscando el
Collado Sevilla para, al menos en su primer tramo, seguir el sendero PR-A21 que
atravesando los arenales y rodeando el Trevenque por el sur, va a juntarse con
la carretera terrera que da servicio a los cortijos Chaquetas prolongándose
hasta el nacimiento de la acequia de la Espartera. Pero me he adelantado mucho.
En
el Collado Sevilla me encuentro con un pequeño rebaño de cabras montesas
compuesto por media docena de hembras vigiladas por un robusto y cornudo macho.
Generalmente cuando están en celo, la atención del macho se focaliza en
controlar a las hembras por lo que se “desentiende” de la presencia humana, lo
que me ha permitido acercarme bastante.
El
PR-A21 recorre el sector más llamativo de los arenales del Trevenque
(verdaderos ríos de arena) que van acumulando la erosión, arrastrando las
arenas formadas por el proceso de rotura de las rocas madres debida a los
cambios repetidos y bruscos de temperatura hasta los fondos de los barrancos o
por las tormentas otoñales que cuando se desploman y muerden las pendientes,
ahondan aún más los pliegues de las laderas. Justo cuando el sendero alcanza la
carretera, yo lo abandono –momentáneamente- para acercarme a un inesperado manantial
que bajo unos pinos alumbra un buen y fresco caño de agua. Tras asustar primero
y fotografiar después, a una inquieta ardilla, beber y tomar algo me he
reincorporado a la carretera para ascender hasta el collado Chaquetas.
Esta
corta ascensión se ha visto amenizada por las múltiples “procesiones” de orugas
del pino que en rigurosa fila india caminaban por todos lados en busca de refugio
para su última transformación. Debería ser entre febrero y abril cuando estas
procesionarias bajan al suelo para tras enterrarse completar el ciclo y
resurgir en forma de mariposa durante el verano. Evidentemente este año las
anómalas temperaturas están trastocando los ciclos vitales de muchas especies y
de ésta (Thaumetopoea pityocampa) entre ellas.
Desciendo
hasta el río Dílar para tras cruzarlo remontar por la ladera enfrentada unos
metros hasta coger un pequeño sendero, muy desdibujado al principio y siempre
horizontal, que va a recorrer buena parte de la Loma de Peñamadura. Precioso
recorrido no muy frecuentado que ha sido señalizado recientemente (manchas de
pintura verde fosforito en las piedras del camino) hasta alcanzar, primero el paraje
denominado Las Corzas y después la zona alta de La Cuesta del Pino en las
faldas de los Alayos. Prolongado descenso este de la Cuesta del Pino que me
conduce de nuevo hasta el cauce del río Dílar en las inmediaciones de la pequeña
represa donde nace el Canal de la Espartera.
Desde
aquí si voy a seguir de forma permanente el curso del río. La geografía me
obliga a cambiar de orilla en reiteradas ocasiones, algo que hoy puedo hacer
sin mojarme porque el caudal no es mucho y la valiosa ayuda de los bastones me
permite equilibrarme sobre las piedras del lecho a pesar de estar mojadas y
resbaladizas. Es un recorrido que desconocía, lleno de vegetación y no toda
amigable por lo que las señales en la piel se han ido multiplicando durante las
más de dos horas que he tardado en recorrerlo. Incluso en algún momento el
“entrañable” y lacerante abrazo de una efusiva zarza ha detenido en seco mi caminar, abrazo del
que me ha costado liberarme ya que sus púas habían penetrado profundamente en
mi piel, ¿será que también las plantas sienten la falta de cariño o se angustian
por la soledad?.
Dada
la profundidad del barranco y el recorrido del sol (ya que aquí el río discurre
varios centenares de metros por debajo de las cimas de ambas laderas, lo que impide
que penetre hasta el fondo), favorece la abundancia de zonas húmedas que junto
con las suaves temperaturas de este otoño facilita la exuberancia vegetal,
estrechando el camino de forma severa. En los tramos más amplios, el sendero bien dibujado, es amplio y cómodo de seguir; en otros donde el cauce ha
excavado un estrecho paso los cambios de orilla se hacen obligatorios, e
incluso, en un par de ocasiones, hay que remontar unos metros para volver en
seguida a retomar la orilla del cauce.
Acaba
el sendero junto a la edificación de la propia central eléctrica de Dílar donde se convierte
en carretera, que tras dejar a la izquierda el área recreativa y tras los últimos minutos de caminar, me acerca enseguida hasta el aparcamiento donde una barrera
me obligó a dejar el coche esta mañana.
Recordatorio: en nuestras salidas al campo
sólo debemos dejar nuestras pisadas, todo lo demás: impresiones, fotos y
residuos (orgánicos e inorgánicos), deben regresar con nosotros.
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