miércoles, 25 de febrero de 2015

Trincheras Sierra de Huétor IV (Calar Blanco - Huétor Santillán - Granada).







Fecha:14-1-2015                                                         Aparcamiento                    8’30h.
M.I.D.E.:2,2,3,3.                                                        Calar Blanco                      9’15h.   
Duración: 5’30h (Circular)                                        Trincheras                          10 – 10’15h.
Desnivel en subida: 400 metros                                Cantera Mari Celi            12’15h.
Rangos de temperatura: de 3ºC a los 13’5ºC           C. Forestal Pozuelo          13’00h.
                                                                                   Aparcamiento                    14’00h.


Desde la cima del Calar Blanco mirando la ladera por la que he ascendido.

Cima inhóspita que apenas permite un par de chaparras y matojos de espartos.

Estoy en el extremo norte de la larga loma y las trincheras están en el extremo sur.

Los mas de 1.600 metros a los que me he encaramado son una buena atalaya. El Majalijar al frente..

Y de su vecina Sierra de Arana.

Este suelo es el que se ve y se pisa cuando camino por el Calar Blanco. 

Una de los primeros puestos de vigilancia que alcanzo bastante antes de llegar al centro de las construcciones.

Enfrente Sierra Nevada.

Majada de los Machos haciendo honor a su nombre.

Una que no me vio llegar y se quedó rezagada.

Alcanzo -ladera sur- los primeros muros defensivos. 

El objetivo principal era el control del paso natural de esta sierra.

Largos muros salpicados de puestos circulares: tiro y vigilancia.

Sin embargo es en la ladera este donde estaban las principales construcciones, a retaguardia.

Alguna de ella aprovechó esta pequeña cavidad natural para integrarla.

En algún punto me encuentro hasta tres líneas defensivas paralelas.

El uso de piedra local minimiza el impacto visual de los parapetos.

En las inmediaciones de esta torreta está el conjunto principal de construcciones. 

La erosión también tiene imaginación a la hora de trabajar.

El barranco que une el Calar con la población de Beas.

Allí donde el sustrato terroso es mayor se desarrolla abundantemente el esparto.

El paraje de Cueva Rodá, hasta donde me descuelgo para el regreso.

Cantera de Mari-Celi (falsa ágata). 

Los dibujos lo aportan las impurezas.

Junto a la propia explotación quedan al descubierto estas curiosas formas.

Casa Forestal del Pozuelo.

Junto a la casa un par de apriscos y estos bellos ejemplares.

Un efusivo recibimiento que no obtuvo recompensa.

Recorrido bajo coníferas de repoblación en el último tramo del regreso. 


Voy a intentar completar el recorrido que la semana pasada dejé inconcluso por desconocimiento del terreno y por falta de tiempo; para ello de nuevo me dirijo hacia el Parque Natural de Sierra de Huétor, para abandonando la autovía (A-92) por su salida 164 y retroceder más de un kilómetro por la vía de servicio aparcar el coche junto a un gran hito pétreo con la leyenda de: Pozuelo.

Tras caminar, dirección sur, bajo la franja arbórea que rodea la base del Calar (llamado así por ser calizos en los estratos superiores y de color blanquecino), unas decenas de metros llego al mismo pie de la ladera; de una imponente y majestuosa montaña (vista desde abajo), a la que tengo que subir. No hay sendero alguno, salvo algunos marcas de los animales, por lo que habrá que ir escogiendo con criterio propio el trazado para superar los más de 300 metros que me separan de la cima del Calar Blanco (1.644 metros). Es una poderosa formación caliza que conforme vaya ascendiendo se ira desforestando progresivamente hasta acabar en su cima con escasa vegetación y mucha piedra a la vista.

Un buen sitio para comenzar la ascensión es el lindero entre bosque de pinos y la zona pétrea, no suponiendo mayor problema la subida salvo que la roca que piso, profundamente erosionada, presenta multitud de fisuras, aristas e incluso grandes perforaciones: me estoy moviendo por una sierra calcárea y muy erosionada, composición común en todas estas sierras a las que ya estoy habituado.

El cielo plomizo, la carencia total de aire y la no muy baja temperatura, hacen que la subida sea agradable. Sólo tengo que tener la precaución de iniciarla con calma ya que acabo de salir del coche y me enfrento a una ascensión de más de 300 metros, sin apenas calentamiento. Basta con tomarla con tranquilidad y hacer que la propia progresión me vaya entonando. Lo que no consigo dejar atrás es el estruendo que forma el intenso tráfico por la autovía, éste me acompañará hasta la cima.

Una vez alcanzado el punto más alto de este cerro, que coincide con su extremo norte, me puedo extasiar admirando las grandes vistas que desde su cima se alcanzan. Me fijo especialmente en la propia ladera del Calar que en suave pero continua bajada se prolonga casi un kilómetro dirección sur. Va a ser mi recorrido al encuentro de los diferentes restos de la infraestructura de trincheras, puestos de mando, depósitos de víveres y de munición.

Una vez recorrida media loma y avistados los primeros restos aun aislados de trincheras que coronan los puntos más altos y estratégicos de la loma, me llama la atención una larga línea defensiva. Creo que aquí estuvo el frente entre bandos durante algunos meses y los intentos de ganar terreno hizo que las defensas del ejército republicano se extendieran. Tras dirigirme hacia ella (queda algo más baja y a la derecha), compruebo que en su día debió circundar buena parte del extremo sur del macizo. Tras un primer tramo en que conserva la cota, acaba descolgándose ladera abajo buscando dominar más y mejor el collado por donde avanza la carretera y que desde aquí se domina más de un kilómetro.

Me siento y presto atención a los diferentes ruidos que provienen del tráfico de la autovía. Tras un rato de audición consigo asignar los sonidos de los motores a coches de forma individual. Imagino que hace setenta años, con mucho menos tráfico y vehículos muchos más ruidosos se detectarían auditivamente bastante antes de verlos aparecer por la carretera.

Tras recorrer este sector hasta su finalización, vuelvo sobre mis pasos para seguir la inspección de otros restos, estos algo más altos, que acaban, tras seguirlos, llevándome al extremo sur de la loma del Calar, justo bajo una de las torretas de la línea de alta tensión que coronan este cerro. Aquí, junto a la torreta, me encuentro el grueso de las construcciones. Los muros defensivos son más anchos y ello ha contribuido a su mejor conservación.

Pero es en la cima y su cara este donde encontraré más restos de puestos de tiro y otras construcciones utilizadas en su día para descanso de la tropa o almacenaje de víveres y municiones, junto con otra línea defensiva que se prolonga por la ladera este del cerro. Me ha dado la impresión de que originalmente había defensas que circundaban las tres partes de la colina (este, sur y oeste) y, en algún tramo, he divisado hasta tres líneas defensivas paralelas a diferentes cotas de la ladera pero con continuidad visual entre ellas.

Me olvidaba que justo antes de alcanzar el centro de las construcciones, en el collado donde apenas asoma la base pétrea de la montaña, me he encontrado un buen rebaño de cabra montés que rápidamente se ha puesto en marcha de forma coordinada, impidiendo que nuestra distancia se acortara, cediéndome la denominada Majada de los Machos, donde se encontraban, zona donde la cubierta de tierra es más generalizada y aparece algo más de vegetación.

Hasta ahora y desde que coroné el Calar he seguido el trazado de una antigua cañada real denominada “Tilalba”, que enlazaba Huétor Santillán con La Peza, recorriendo al igual que yo, toda la crestería del calar. Sigo descendiendo por una ladera con mucha inclinación y piedra suelta, buscando el barranco de Cueva Rodá. Cueva no he visto ninguna, como mucho y algo más arriba un abrigo formado en una pared rocosa.

Una vez satisfecha mi curiosidad sigo descendiendo (siempre manteniendo la orientación sur) hasta el fondo del barranco donde me reencuentro con los pinos, y junto a ellos un carril que apenas si me merece ese nombre (ya que presenta mayor parentesco con unas meras rodadas que con un carril). Carril que voy a seguir hasta una antigua explotación que algunos identifican como de “mármol” de la que llama la atención su parte más alta por presentar una superficie totalmente lisa, de donde en su día se cortaron los bloques.

Yo que la he estado recorriendo en su totalidad hoy, os puedo asegurar que lo que se extraía allí era calcita (falsa ágata), de las que hay buenas pruebas en los lisos cortes que en su día les dieron a la pared rocosa, dejando al descubierto las bellas formas coloreadas típicas de ésta piedra, de bastante menor dureza que la verdadera. Junto a ella una ruinosa construcción y un pequeño estanque huérfano de agua.

Cuando se presentan en formaciones compactas de cierta entidad son explotadas como rocas ornamentales, ejemplo de ello el uso que los romanos hicieron de él para la construcción del teatro de Cartagena. Las mayores explotaciones se dan en Murcia en la actualidad. 

Tras unos centenares de metros desemboco en una carretera asfaltada que da servicio a unas canteras de graba ubicadas más arriba. Yo la tomo hacia la izquierda, por la que me acercaré hasta donde dejé el coche aparcado junto a un gran monolito pétreo esta mañana. Pero antes, apenas recorridos trescientos metros nace un carril terrero a la derecha que conduce hasta la Casa Forestal del Pozuelo. Como no la conozco hacia ella me dirijo.

No llega al kilómetro el tramo de carril a recorrer para llegar junto a la construcción (es el único tramo lineal de la salida de hoy). Ubicada, como es habitual en la cima de una colina desde donde se domina visualmente gran extensión y en los alrededores zonas relativamente llanas donde se ubicaron los viveros, agua no debía faltar tampoco. La construcción está abandonada, mitad en ruinas; la otra mitad cerrada en la que no se aprecian -curioseando a través de las ventanas- indicios de que se esté utilizando.

Junto a ella un par de amplios rediles y hoy media docena de caballos. Junto a uno de los rediles con techumbre nueva me he topado con un perro, pequeño, atado, lanudo, mugriento y muy necesitado de compañía, que se desvivía haciéndome fiestas. No me he atrevido a acariciarlo por las muchas pulgas y garrapatas que debía cobijar y alimentar su pequeño cuerpo bajo su abundante abrigo peludo.

Ahora sí, sólo me queda desandar el tramo de carril y los dos kilómetros que me separan del improvisado aparcamiento por el que me decanté esta mañana.



Recordatorio: en nuestras salidas al campo sólo debemos dejar nuestras pisadas, todo lo demás: impresiones, fotos y residuos (orgánicos e inorgánicos), deben regresar con nosotros.

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