Unos metros por debajo de la cima y al abrigo de la roca, los restos de este refugio.
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Los restos del muro norte de la pequeña construcción. |
Hace
ya algunos meses encontré menciones de una serie de trincheras ubicadas en el
Parque Natural Sierra de Huétor que desconocía totalmente. Hoy en compañía de
mi hijo Carlos y aprovechando la festividad del día hemos querido acercarnos hasta la
sierra para al menos ubicarlas y a ser posible visitarlas.
Nuestra
intención era explorar dos enclaves, no muy distantes entre sí, en que las
referencias situaban dos conjuntos de trincheras pertenecientes a nuestra
guerra civil (1936-1939). Las primeras hablaban de un cerro a la derecha de
la autovía Granada-Murcia a la altura del Puerto de la Mora (salida 264); las
segundas a la izquierda de la misma autovía y unos kilómetros más abajo (salida
259). Y parafraseando a Borges, no me duelen prendas aceptar que mi
desconocimiento de ambos enclaves no se avergüenza demasiado de ser total, por
lo que vamos a intentar paliarlo en lo posible. De todas formas no deja de ser
una excelente excusa para echar una mañana de caminata por parajes ignotos en inmejorable compañía.
Ya sabíamos de las dificultades con las que nos íbamos a encontrar, primero en su búsqueda y luego en su recorrido si al final las encontramos, ya que las referencias que yo llevaba no eran ni fiables, ni precisas. Tras alcanzar el Puerto de la Mora y abandonar la autovía por la
salida 264, retrocedemos casi un kilómetro por la vía de servicio, hasta encontrar una señalización prohibiéndonos continuar.
Abandonado
el coche, comenzamos a caminar por la estrecha carretera asfaltada que, según mapas, nos
lleva primero hasta las inmediaciones de la casa forestal El Pozuelo
(desconocida para mí) y posteriormente a unas antiguas canteras abandonadas (Mari-Celi) que
hoy sólo sirven como puesto de caza. Estamos en la propia falda del Calar Blanco, pero no encontramos por dónde progresar, así que decidimos subir monte a través intentando esquivar las muchas y lacerantes aulagas junto con otras “espinosas” que abundan en la zona, el suelo calcáreo muy erosionado tampoco ayuda.
Tras
un buen rato de subida conseguimos coronar el cerro del Calar Blanco (1.635) que teóricamente soporta las buscadas trincheras. El no tener claras las referencias
nos ha hecho acceder a la cumbre por su extremo norte y tras deambular un rato por
su cima hemos descubierto que el conjunto de trincheras estaba ubicado en su extremo sur. Hemos abandonado tras haber avistado algunas pequeñas trincheras aisladas, dejando el grueso del asentamiento para mejor ocasión, pero con una idea
muy clara de cómo y por donde ascender la próxima vez.
Tomada la decisión, descendemos de la forma más directa posible, ya que teníamos la carretera y el coche
a la vista, intentando hacer el trayecto más recto, a la vez que corto, a fin de ahorrar tiempo; sin olvidar tomar las precauciones debidas, ya que estos montes son calcáreos y por
ello de muy incómodo andar por la fuerte erosión que el agua ocasiona en las rocas que acaban con formas muy irregulares, presentando multitud de agujas y agujeros.
Tras
desplazarnos unos cuatro kilómetros (dirección Granada), dejamos la autovía
por su salida 259 para coger un carril terrero que se dirige hacia la casa
forestal “Los Peñoncillos”. Justo detrás de la casa y en dirección sureste se
eleva un cerro (1.400 m.), en el paraje denominado “Los Atajuelos”. Ni conozco, ni he encontrado referencias de sendero o vereda que nos ayude a ascender, por
lo que usamos una pista que llaneando nos acerca hasta los antiguos viveros (en la
actualidad totalmente abandonados) que se usaron en los años 50 del pasado
siglo para la repoblación de estos montes.
Una
vez llegados a las explanadas que en su día cobijaron los viveros y superadas
las distintas terrazas que los componían, descubrimos –casi en sentido literal- una
fuente semi-oculta por las zarzas y junto a ella una alberca de medianas
dimensiones. Seguimos ascendiendo por donde nuestro buen criterio nos aconseja
entre pinos primero y chaparras después, pero siempre con un sotobosque de
aulagas de las que hay que cuidarse a pesar del grueso tejido de los
pantalones.
Sólo
tengo claro que hay que ascender en busca de la cima donde las referencias
situaban los restos de las trincheras. Dificultad de orientación no hay por ser
un cerro relativamente aislado, así que basta con trepar. Una vez llegado
casi a la cumbre comenzamos a ver apilamientos de piedras, en su mayoría
desparramadas; las menos, manteniendo la forma de muretes propios de los
parapetos tras los que se protegían los soldados. Seguros de haber encontrado
el lugar sólo nos falta deambular por las laderas junto a la cima en busca de
los diferentes restos que puedan quedar.
Decidimos
avanzar por la cresta para a la vuelta desviarnos un poco hacia el norte, ya
que unos metros más abajo avistamos restos de muros. Por la cima apenas si
encontramos algunas trincheras semicirculares, muy deterioradas ya que están
construidas con apilamiento en seco de piedras propias del lugar sin argamasa alguna. Parece que si se siguen
manteniendo en pie es con la colaboración de los cazadores que las deben usar
como puestos de caza. Al menos cartuchos se avistan por doquier.
Tras
alcanzar lo que parece ser el extremo del cerro regresamos por su cara norte y a un nivel algo más bajo para visitar los restos de muros que desde la cima hemos
divisado. Nos encontramos los muros perimetrales de una “amplia” estancia que
en su día debió estar techada y muros protectores junto a largos fosos en ambos
lados. Junto a uno de los muros nace un foso serpenteante, de apariencia
artificial a pesar de los años transcurridos, que se descuelga ladera abajo. Decidimos
seguirlo.
Escondido
entre la vegetación descubrimos un nido de ametralladoras con puestos
de vigilancia a ambos lados, en muy buen estado de conservación. No parece que
las visitas sean frecuentes ya que su interior aparece limpio -para nuestra sorpresa-,
salvo algunas piedras y algo de tierra caídas por algún desprendimientos que casi taponan la entrada. No conseguimos descubrir
más restos por lo que decidimos iniciar la retirada. La bajada la iniciamos por
la ladera norte del monte y descubrimos, algo más bajo y justo enfrente un
pináculo calcáreo cuya cima muestra los restos de varias construcciones en muy buen
estado.
Una
vez alcanzada su cima entendemos el porqué de este enclave alejado del grueso de las otras construcciones: desde él se domina
un buen trecho de lo que ahora es autovía y antes carretera nacional y, desde siempre, paso obligado hacia el noreste (levante) desde Granada. Unos metros por
debajo de la cima los restos de una pequeña construcción colgada literalmente
sobre la actual autovía.
Ante
la falta de nuevos descubrimiento en la zona decidimos dar por terminada la
inspección y regresar junto a la Casa Forestal Los Peñoncillos, donde dejamos
aparcado el vehículo e iniciar el regreso hasta Granada. Es la hora de comer.
Recordatorio:
en nuestras salidas al campo sólo debemos dejar nuestras pisadas, todo lo
demás: impresiones, fotos y residuos (orgánicos e inorgánicos),
deben regresar con nosotros.
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