Al llegar a casa aparece la señal de tregua.
Fecha: 25-9-2014 Puerto de la Ragua 8’10h.
M.I.D.E.:2,2,3,4. Morrón del
Hornillo 8’47h.
Duración: 7h50’ Lineal (25 km.) Morrón
Sanjuanero 9’36h.
Desnivel en subida: 1.655 metros Morrón
del Mediodía 10’17h.
Rangos de temperatura: de 5ºC a los 14’5ºC Alto
de S. Juan 12’00h.
Morrón del Hornillo 14’00h.
Puerto
de la Ragua 16’00h.
Desde
hace unos días había decidido recorrer los Morrones –y no me estoy refiriendo a
los pimientos-, que como cuentas de un rosario dan continuidad a la cuerda que
enlaza el Puerto de la Ragua (2.000 m.) con el último tres mil situado más al
noreste: Picón de Jérez (3.090 m.). Os transcribo un párrafo, por lo original,
que he encontrado como posible explicación del nombre Morrón para los cerros.
Morrón, en castellano, es un peñasco, una
roca viva pequeña y redonda; en Aragón morro
tiene también el significado de la “parte más elevada de un cerro”; también en
catalán domina la idea de “una masa de tierra prominente”. De origen incierto,
la práctica totalidad de los estudiosos insinúa una procedencia de la
onomatopeya murr-, del refunfuño de
una persona malhumorada, a la que se unió el aumentativo latino –one. Posteriormente una metáfora llevó al
nombre a significar “monte o peñasco”. (F. Javier Solsona. Estudio toponímico
del término municipal… pág. 106.).
Aclarada
una posible procedencia del término, hoy partiendo del Puerto de la Ragua,
límite provincial entre Granada y Almería a la vez que paso natural entre la
Alpujarra almeriense y el Marquesado granadino, voy a recorrer –no sé hasta dónde-
la línea de morrones.
Hace
algunos años –cómo pasa el tiempo- recorrí buena parte de las etapas 15 y 16
del sendero Sulayr, justo las que hacen de puente entre las dos provincias atravesando
por el mismo collado del puerto. A mí, ya sea por le época, ya por el
recorrido, se me hicieron un poco monótonas por el terreno y molestas por las
varias picaduras de tábanos, debido al abundante ganado vacuno que ocupaba
todas estas laderas y que a mi tierna piel poco acostumbrada a estos insectos,
le produjeron grandes y duraderos eritemas.
La
segunda mitad de la etapa 15 y la 16 en su totalidad, recorren las laderas de
toda esta cuerda de cerros aproximadamente por la cota 2.000, justo por el
límite superior del bosque de pinos (creo recordar que éste límite lo
mencionaba en caso de pérdida del sendero como referencia valida). En aquella
ocasión me prometí, en caso de reincidir, hacer el recorrido por las cimas, caminando
las crestas de los distintos morrones y a ellos me dirijo hoy.
He
dejado el coche en el Puerto de la Ragua, collado situado en la cota 2.000,
para enseguida emprender la ascensión y seria con los primeros repechones.
Parte el sendero, tras cruzar la carretera, junto al límite del bosque de pinos
de la izquierda; a tramos por el límite interior, a ratos por el exterior,
acompañado en todo momento por hitos de hormigón. Estos hitos me van a
acompañar al menos durante las dos primeras horas, alternándose con otros
apilamientos de piedras. El terreno está húmedo, sin duda ayer tarde o incluso
anoche mismo hubo chaparrón. Estas sierras por sus fuertes elevaciones son
propicias para el desarrollo de esas nubes
de evolución o desarrollo vertical que
nos han ido enseñando a diferenciar en los espacios informativos del tiempo.
Estos
primeros trescientos metros que he ganado de cota en cuarenta minutos hasta
acceder al primero de los morrones, el del Hornillo (2.375 m.), dejan huella.
Salir del coche después de una hora de conducción y comenzar las rampas de
inmediato, con una temperatura baja y hoy una brisa también fresca no ayudaba a
entonarse aunque si a eliminar los restos de somnolencia, si es que quedaba
alguna todavía.
Tras
cada uno de las cimas que he ido coronando hoy, aparece una bajada, más o menos
pronunciada, para darle más realce al siguiente objetivo. El siguiente morrón,
el Sanjuanero (2.610 m.) ha terminado con sus rampas de ponerme a prueba. Los
hitos, a pesar de su mudez, dan una información muy valiosa, sobre todo en los
tramos en que el sendero desaparece entre las piedras. Levantar la vista y
localizar el siguiente da mucha seguridad: basta dirigirse hacia él para tener
la seguridad de que antes o después volverás a encontrar el sendero, si lo hay.
Tras
la correspondiente bajada vuelvo a encarar la subida hacia el siguiente: Morrón
del Mediodía (2.753 m.). El terreno durante toda la jornada ha sido similar.
Las laderas que se descuelgan hacia la Alpujarra muy tendidas y suaves; las
caras nortes mucho más abruptas, mostrando en algunos sitios tajos y desniveles
bruscos. El ir el sendero prácticamente por la misma cresta me permite
visualizar el recorrido del Sulayr, allá medio kilómetro más abajo, bien
marcado justo por encima de la línea verde de los árboles. Estas crestas hacen
de divisoria marítima para las aguas; unas, las de la Alpujarra descienden acabando
en el río Andarax y por tanto hacia el Mediterráneo; las otras, antes o después
van a engrosar el Guadalquivir y por consiguiente al Atlántico.
Desde
la cima del Mediodía observo, porque las nubes bajas aun no me lo impiden, la
inmisericorde bajada de cerca de trescientos metros en que se encuentra el
Collado del Realejo Alto (2.440 m), paso obligado si quiero afrontar la subida
hacia el Alto de San Juan (2.786 m.). Si la bajada en pronunciada y larga, la
subida es muy empinada y corta, justo la ladera que el cerro me muestra. Desde
aquí aprecio el recorrido de lo que en la distancia me parece el sendero y lo
que veo no me gusta en absoluto.
Pienso
que desde el collado podré apreciar mejor si me ha engañado la vista en la
lejanía, así que emprendo la bajada. Llegado al collado me detengo para
comprobar que lo que parecía el sendero de subida son una especie de rodadas
totalmente rectas que ascienden hasta la misma cima, no aprecio ni el más leve
serpenteo. Tras verificar la hora y previa consulta a mis piernas y mi voluntad,
decido emprender la subida calculando que me va a llevar alrededor de una hora.
Niebla.
El
tiempo ha empeorado. Las nubes bajas que ascendían penosamente reptando por las
laderas desde el lado alpujarreño, cuando llegaban a coronar, lo hacían sin
fuerza y ya desgastadas, por lo que las que conseguían coronar, hasta ahora, tras deshilacharse
desaparecían. Conforme voy ascendiendo noto cómo cada vez consiguen
llegar arriba nubes más compactas, ganando intensidad ayudadas por el aire, motor que las transporta mueve aupándolas montaña
arriba, por lo que empiezo a temer que cuando llegue yo
arriba apenas tenga visibilidad.
No
me equivoco. Culmina el Alto de San Juan un hito de piedra rectangular como
soporte para un cilindro relleno de
hormigón. Poco más puedo ver porque la niebla no me permite ni avistar la cima
compañera (este alto es bicéfalo), con apenas unas decenas de metros de
separación. Cuando las nubes ocupan las cimas yo he aprendido a desalojarlas y
rápido a ser posible, por lo que sin demora inicio la bajada.
Niebla.
Todo
el camino de regreso va a ser una persecución, ocupando las nubes todo el
terreno conforme yo lo voy abandonando, espero que no muestren más prisa que yo
y me permitan volver al Puerto seco. Aun así, las ráfagas de aire arrastrando
las nubes bajas, a ras del terreno hace que, literalmente, respire grandes
bocanadas de niebla. Estas prisas, consciente de que cualquier demora aumenta
mis posibilidades de mojadura, no me han permitido pararme para comer y son
casi las dos de la tarde. Como no puedo afrontar las subidas que me quedan sin
tomar algo, arriesgo y me paro los minutos imprescindibles para el
avituallamiento.
Siempre Niebla.
Una
vez alcanzado de nuevo el Hornillo, debido a su menor cota, la amenaza de
lluvia parece alejarse o al menos demorarse por lo que me permite hacer el
resto de bajada con mayor tranquilidad. Al final consigo llegar hasta el coche
sin lluvia pero con el consiguiente desgaste extra por las prisas y el estrés.
En estas fechas además de a la pérdida de calor corporal que el agua roba si
acabas empapado hay que sumar los bajones térmicos que los aguaceros suelen
propiciar.
Nada
más iniciar la bajada abandonando el Puerto las gotas inician el característico
repiqueteo sobre la luna del coche y una vez llegado al pueblo de la Calahorra
me detengo para mirar hacia arriba y percibir, además de todos los Morrones medio
ocultos por las nubes, una tupida cortina de agua refrescándolos. De lo que me
he librado.
Recordatorio:
en nuestras salidas al campo sólo debemos dejar nuestras pisadas, todo lo
demás: impresiones, fotos y residuos (orgánicos e inorgánicos), deben regresar
con nosotros.
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