Construcciones exteriores del refugio Elorrieta.
Fecha:16-07-2014 Hoya
de la Mora 8’00h.
M.I.D.E.:2,3,4,4. Puntal Loma Púa 9’30h
Duración: 8h Circular El Laguno 11h. -11’40h
Desnivel en subida: 1.300 metros Refugio
Elorrieta 13h. –
13’30h.
Rangos de temperatura: de 18ºC a los 27ºC Lagunillos Virgen 14’50h Hoya de la Mora 16’30h
Hace
varias semanas me quedé con las ganas de visitar uno de los pocos lagunillos
que me faltan por fotografiar, hoy después de la satisfactoria experiencia de
la última salida, me he decidido a visitarlo. El recorrido, por intentar
hacerlo circular se ha endurecido excesivamente para al final no obtener el
resultado deseado: estaba seco.
Es
éste uno de los múltiples lagunillos (nombre que le aplico a los que no
aguantan todo el verano con agua), que se forman durante el deshielo por toda
la sierra y que aguantan los envites del estío dependiendo de su ubicación y de
las reservas níveas con que cuenten en sus alrededores.
Está
ubicado en un antiguo y gran circo glacial al pie del Monte Elorrieta (cara
sureste), rodeado de potentes paredes rocosas que llegan a alcanzar los 500
metros verticales en algún punto. Presenta la típica forma semicircular cerrada
por la morrena frontal, que en este caso está rota en los dos extremos, por los
que se produce el desagüe.
Pero
voy muy deprisa. He dejado el coche en el aparcamiento de la cota 2.500 (aledaño
a los albergues Hoya de la Mora y Universitario). Una gran explanada junto a la
caseta de antenas de telefónica aporta el espacio suficiente para atender la
demanda habitual de los usuarios veraniegos que optamos por ascender a estas
cumbres usando medios propios.
Tras
los preparativos de la mochila y bastones y un último repaso para asegurarme de
que no olvido nada, comienzo la subida. En apenas una hora y media voy a
ascender cerca de setecientos metros. En mi caso, el hábito me permite hacer
toda esta remontada de un tirón, pero lo normal es tener que hacer paradas
intermedias para que el ritmo respiratorio y el cardiaco vuelvan a valores
aceptables.
En
esto como en todo influyen diversos factores: la procedencia (los que habitan a
nivel de mar lo pasan realmente mal si tratan de forzar al principio), el
hábito de ascender si se tiene y, por supuesto, la forma física de la que disfrutemos
el día de la subida. Dependiendo de ellos tendremos que adecuar el ritmo de
ascensión para que la subida no nos supere.
Como
el objetivo de hoy no es el Veleta, lo dejo a mi izquierda en la subida para
dirigirme, por el carril que atraviesa la sierra hasta las proximidades del
refugio de la Carihuela (3.205 metros), aunque también lo dejo hoy a un lado
para acercarme y ascender hasta el Puntal de Loma Púa (3.270 metros).
Este
Puntal, muy próximo al refugio, es la culminación de una larga y fatigosa loma
que se descuelga hasta las cercanías de la Central Eléctrica de la Cebadilla
(Capileira). En su cima quedan algunos restos de trincheras construidas durante
la guerra civil española, de las que sólo aguanta algún muro ruinoso. Hacía
varios años que no ascendía y hoy, aunque lo podía haber obviado, me he dado el
capricho para refrescar la memoria.
Enseguida
comienzo a descender recorriendo la escarpada y a veces bastante incómoda
cresta para perder cota, antes de desviarme definitivamente hacia el sur en
busca del objetivo de hoy. Durante años, en mis frecuentes visitas al Refugio
Elorrieta, me había llamado la atención un pequeño lagunillo que destacaba al
fondo del profundo tajo de su cara sureste, en la cabecera del río Toril.
Recuerdo
haber hecho algún intento de acercamientoanterior frustrado por el cansancio y la
lejanía. Hoy era objetivo único. Para llegar hasta él tengo que bajar un par de
centenares de metros descendiendo por debajo de los Tajos del Nevero
(dejándolos a mi derecha –oeste-). A los pies de estos tajos aparecen unos
prados alimentados por los deshielos de los ventisqueros que aguantan
protegidos del sol hasta bien avanzado el otoño, asentados en las diferentes
repisas a media altura.
Sólo
tengo que seguir avanzando a media loma, atravesando un terreno muy incómodo de
caminar por la pendiente que acumula y por el material –piedras y terreras- que
han ido formando los ventisqueros a lo largo del tiempo. Tengo que visualizar previamente el
itinerario para soslayar algunos tajillos, lo que hago en ocasiones por arriba
y otras por debajo, dependiendo de lo que mi intuición y experiencia me aconsejan.
No he avistado ningún tipo de sendero durante todo el recorrido.
Después
de una hora larga de camino aparezco en lo alto de un collado con la explanada
del lagunillo (2.775 metros) a la vista. Tengo que volver a perder altura para
alcanzar lo que en su día debió ser una amplia laguna glacial, hoy totalmente
colmatada por los fuertes arrastres de los arroyos que se despeñan de las
paredes verticales que lo rodean. Me he atrasado en demasía y me lo he
encontrado seco. Sólo quedan los cauces de algunos pequeños arroyos y los
borreguiles que aguantan mientras reciban aporte líquido.
Tras
buscar acomodo junto a una gran roca para comer, he dedicado más de media hora
a recorrer todo el perímetro y percatarme que debe mantener agua por posición e
inclinación mientras algún ventisquero le cierre el desagüe natural. Cuando la
temperatura funde la nieve el lagunillo acaba su existencia vertiendo el agua
acumulada barranco abajo.
Sentado
en una piedra localizo el Refugio Elorrieta (3.187 metros) más de 400 metros,
allá arriba, una pequeña mancha blanca coronando los majestuosos tajos y
comienzo a imaginar un recorrido de ascensión asumible, conjugando el salvar
los potentes tajos que me cierran el acceso directo, junto con el menor
desgaste posible, que seguro que en cualquier caso va a ser importante.
Una
vez terminada la tarea, comienzo a andar. Es un terreno que no conozco y que
carece totalmente de senderos, excepto los practicados por las cabras y esos no
son aptos para mí. Recién iniciada la ascensión me encuentro con un joven
pastor (Gabriel de Pampaneira) precedido de sus dos perros. Ni que decir tiene que me paro para charlar
con él, a lo que él harto de soledades tampoco pone reparos.
En
el transcurso de la conversación indago por el nombre del lagunillo (no aparece
en mapas), a lo que me responde que todos ellos, los que frecuentan asiduamente
estos parajes siempre le han llamado “El Laguno”. También me comenta que el año
pasado hasta finales de mes mantuvo el agua ya que los ventisqueros eran
bastante más abundantes que éste. Tras un rato de amena y fructífera
conversación, decido continuar alegando que cuando más demore el mal trago que
me falta, éste será más amargo.
La
subida es suicida (no la recomiendo a nadie). Más de cuatrocientos metros de
desnivel con porcentajes superiores al 40% y con un terreno de piedra suelta o
lo que era peor, tierra compactada que no facilitaba el agarre sin sendero alguno; se me han hecho
interminables a pesar de haberla solventado en poco más de una hora real de
marcha.
Una
vez llegado al Refugio, del que desde abajo sólo se apreciaba una manchita
blanca coronando el tajo, me esperaba una grata sorpresa. La cara sur abierta a
los tajos que hace un rato admiraba desde abajo, con todas sus ventanas rotas,
permite que la ventisca apile nieve inundando las distintas dependencias. Hoy
esas habitaciones acumulaban grandes cantidades de nieve que resguardadas por
la techumbre que les aporta sombra durante todo el día, retarda su fundición,
hecho que aprovechan las cabras para beber y/o refrescarse. Tras la desbandada
inicial por mi presencia, un precipitado salir corriendo todas por lo que en su
día fue una de las ventanas, un precioso macho, más confiado, ha permanecido en las
inmediaciones.
Mi
quietud y mis intentos guturales por apaciguarlo han dado resultado y he
comenzado una sesión fotográfica extensa e intensa. Nunca he tenido un ejemplar
tan cerca (escasos dos metros), durante tanto tiempo (más de media hora) y en
completa tranquilidad (no tenía ni la respiración agitada). Ni que decir tiene
que he aprovechado intensamente la oportunidad haciéndole una serie larga de fotografías.
Ha
sido muy gratificante compartir un reducido espacio (la repisa que compartíamos apenas tenía dos metros de ancha), con un animal salvaje sin
recelos ni tensión por ambas partes: sólo había curiosidad entre ambos. Imagino
que él esperaba recompensa alimenticia que yo no le he aportado: no se debe dar
de comer nunca y yo lo cumplo a rajatabla. Al final he roto yo el
encantamiento, el por estar en casa no tenía prisa alguna, consciente de que había que retomar el caminar.
El
resto es ya bien conocido, bajar hasta los Lagunillos de la Virgen y Embalse de
las Yeguas, para dejando el complejo invernal de Borreguiles a mi izquierda y
algo por debajo, transitar por un sendero bien marcado que me lleva a la
carretera asfaltada. Sólo falta recortar algunas curvas, para volver al punto
de inicio matutino, donde tras sentarme en el coche apreciar el agradecimiento
de mis piernas tras la exigente y calurosa jornada.
Recordatorio:
en nuestras salidas al campo sólo debemos dejar nuestras pisadas, todo lo
demás: impresiones, fotos y residuos (orgánicos e inorgánicos), deben regresar
con nosotros.
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