La piel de las rocas.
Parque
Natural Cabo de Gata: III (Almería)
Fecha:10
al 15 – 6 – 2013
La
niebla cerrada anula las distancias. Envueltas en una luz mortecina,
blanca y difusa, las formas se inmovilizan. La niebla detiene el paso
del tiempo y acentúa el silencio. Sólo escuchamos lo muy lejano o
aquello que aparece de repente ante nosotros. Se esfuma el término
medio.
(Carlos Hita)
Esta
madrugada, no me acordaba en absoluto, jugaba España un amistoso, me
han ayudado a recordarlo la celebración de los goles por algunos de
nuestros “vecinos” excesivamente extrovertidos. Después, una vez
acabado el partido, vino la calma y el silencio. No obstante, no
tuvimos la precaución de bajar la persiana de la habitación y
aunque la doble cortina si estaba corrida, poco después de las 6'30
horas se colaba la claridad en la habitación netamente orientada
hacia el este.
Aprovechando
que ya estaba despierto, he salido a la terraza para esperar el
amanecer, disfrutando mientras tanto de las amplias y espesas nubes
bajas que iban invadiendo los campos colindantes, avanzando
diligentes en busca del mar. Poco a poco se han ido tragando todo el
paisaje, difuminando formas, hasta escalar la fachada del hotel y
llegar hasta el tercer piso, en cuya terraza estaba yo contemplando
el espectáculo.
Casi
coincidiendo con esa “inundación” ha aparecido el sol, muy
velado y con un gran halo apenas capaz de atravesar la densa capa de
niebla. No ha sido hasta pasado un buen rato, cuando ha ganado altura
sobre el horizonte, cuando a empezado a decantarse claramente la
batalla a su favor para ya cerca de las nueve mostrar un claro
dominio de luz y calor habiendo barrido los últimos restos de
niebla.
Después
de desayunar, sin prisas, nos hemos acercado hasta la playa para
tomar el sol de forma relajada. Una vez en la playa he recordado que
hace más de veinte años (últimamente para muchos de mis recuerdos
siempre han pasado más de veinte años), durante un periodo de
estancia en Almería capital por motivos laborales, nos acercábamos
a estas playas entre Cabo de Gata y las Salinas por su amplitud (más
de cuatro kilómetros) y por la poca afluencia de visitantes, tanto
era así que cuando alguna otra pareja o familia no “respetaba”
la distancia de “intimidad” estimada en no menos de 50 metros,
los ya asentados nos mostrábamos molestos por la cercanía.
Sentíamos que habiendo tanto espacio “estaban invadiéndonos”.
Hoy
cuando hemos llegado, pasadas las diez de la mañana, prácticamente
todo la extensión de playa era para nosotros, luego conforme iban
pasando las horas se han ido agregando usuarios, todos deseosos de
disfrutar del sol, ya que todavía el agua no posee una temperatura
atractiva.
Tomar
el sol, pasear por la orilla arenosa mojándonos los pies (sintiendo
nuevas texturas no habituales), fotografiar alguna moribunda medusa
que ya tan cerca de la orilla no tiene capacidad para luchar contra
el oleaje y se deja arrastrar hasta la playa, o devolver un pequeño
perro aburrido por la prolongada inactividad de su dueña y que en
busca de entretenimiento se me acerca juguetón.
Recuerdo
un reportaje que hablaba, situado en algún país nórdico europeo, de
la importancia para los pequeños de aprender a sentir con los pies.
Para ello habían habilitado itinerarios que descalzos se recorrían
pisando distintos materiales: cortezas de árbol, arena, fresca
hierba, suelo duro, agua, barro, como una experiencia de aprendizaje
más a acumular por el menor. Aprender a sentir y diferenciar con esa
parte de nuestra piel que generalmente llevamos cubierta y protegida.
Por
la tarde una vez reposada la comida, en parte para dejar pasar las
horas de más calor, hemos decidido recorrer un tramo del sendero que
transita por la parte quizás más característica de terreno
volcánico de todo el Parque. Si el interés es por las
archiconocidas calas de Mónsul y Genoveses, recomiendo entrar por San
José, bien en coche o bicicleta, tanto si se pretende dedicar el
día al baño o si lo que se quiere es apreciar la belleza del
recorrido al completo.
Como
no era nuestro caso, nos hemos acercado en coche hasta el Torreón de
Vela
Blanca.
Se puede aparcar el vehículo en una pequeña explanada y continuar
ya a pie. Primero subiendo hasta las cercanías del torreón, hoy
cerrado y bastante desatendido. Creo que actualmente pertenece a
algún particular, aunque su visita no es posible si merece la pena
contemplar las amplias panorámicas que desde arriba se abarcan.
El
acantilado de Vela Blanca que ostenta una altura de 200 metros está
coronada por una torre de vigilancia además de un cerrado recinto
plagado de antenas. Se trata de la mitad que permanece a la vista de
un antiguo volcán submarino que recibe su nombre a que en su base,
justo a nivel del agua, se encuentra una duna fosilizada que recuerda
la forma de una vela de color blanco y que contrasta drásticamente
con el color oscuro de la roca superior.
Junto
al aparcamiento, tras una barrera por estar este tramo vetado a
vehículos de motor, arranca un carril que en bajada pierde los
metros que hemos ascendido para llegar de nuevo al nivel del mar. Se
prolonga poco más de un kilómetro, todo en bajada a la ida, pero
suficiente para apreciar las coladas volcánicas en todo su
esplendor, complementando el color oscuro de las lavas con algunas
plantas aromáticas y los palmitos tan habituales en toda esta
sierra. Los paisajes y panorámicas en que se contraponen los azules
del cielo y del agua, hoy totalmente en calma, con los ocres,
marrones y rojizos intensos de las rocas reclaman poderosamente
nuestra atención.
Recordatorio:
en nuestras salidas al campo sólo debemos dejar nuestras pisadas,
todo lo demás: impresiones, fotos y residuos (orgánicos e
inorgánicos), deben regresar con nosotros.
|
¡¡Excelente entrada una vez más!! Me ha encantado descubrir este paisaje tan distinto y bello a la vez. ¡Saludos amigo!
ResponderEliminar