Puente del Aljibillo al inicio de la Cuesta Chapiz.
RÍO DARRO (Desde
Plaza Nueva hasta Jesús del Valle - Granada)
Fecha: 03-04-2013
Aunque parece exagerada la afirmación de Nietzsche “no confíes en
una idea que no haya aparecido mientras caminabas”, lo que si es
cierto es que cuando uno camina sale al encuentro de las musas.
Aprovechando
que el tiempo ha dado un respiro esta mañana, tras largos días con
lluvia, he aprovechado la mañana para dar un largo paseo (unas cinco
horas) remontando el río Darro hasta llegar al paraje denominado
Jesús del Valle. No me he atrevido a hacer mi excursión larga
habitual ya que las previsiones metereológicas sólo aseguraban
falta de lluvia durante la mañana, a posteriori he comprobado que no
se han equivocado.
Este
enclave junto al curso del río Darro ha sido un paseo habitual para
los granadinos a través del tiempo. Incluso se hacía y se sigue
haciendo un recorrido circular, para a la ida o a la vuelta, enlazar
con el Llano de la Perdiz. Personalmente hacía bastante años que no
me aventuraba por estos lares y hoy aprovechando la mañana soleada
he querido rememorar tiempos pasados.
He
acometido el paseo empezando por Plaza Nueva, porque mi objetivo era
seguir el curso del río hasta llegar a la Hacienda. Una vez llegado
a la Cuesta del Chapiz, he optado por hacer el acercamiento por el Camino
del Monte, calle Santo Sepulcro del Sacromonte y Camino de Beas, que
aunque algo separado del propio río, al menos en su primer tramo,
permite ir avistando buena parte del barranco por el que discurre
(Valparaiso).
Pasada
la zona de mayor aglomeración de casas y cuevas, ya casi por debajo
de la Abadía del Sacromonte, se ensancha algo el valle permitiendo
la existencia de zonas cultivadas. Me ha llamado poderosamente la
atención el verde intenso alimentado por las insistentes y
prolongadas lluvias de este mes pasado, de la vertiente contraria al
itinerario que recorro, es una verdadera lástima que esta cara norte
no esté ocupada por bosque mediterráneo lo que sin duda daría una
mayor vistosidad a las laderas a la vez que impediría los pequeños
pero numerosos desprendimientos que estos días se han producido.
Una
vez terminadas las viviendas que serpentean junto a la carretera y
llegado a la última parada del pequeño autobús que hace el
recorrido (el 35), la carretera que se ha ido estrechando conforme se
adentraba en el barranco acaba por convertirse en un carril de
tierra. A la vez que la tierra aparece el barro. Terminada las casas
el transito de vehículos es mínimo y solo algunos ciclistas o caminantes como yo lo recorren con cierta asiduidad.
De
ello da fe el desprendimiento que ha taponado algo más adelante el
camino en un trecho encajonado y que hay que salvar hundiendo las
botas generosamente en el lodo. Totalmente impracticable para
vehículos, me ha dado la impresión que su poco uso no ha propiciado
su limpieza, ya que aparentemente lleva inutilizado algunos días.
A
partir de aquí el valle se ensancha, desaparecen los espacios
dedicados a huerta y aparecen los primeros bancales de olivos sobre
un tapiz de generosa hierba que hoy solo aprovechaban una recua de
caballos. Una docena de equinos sueltos y amigables, pequeños
(ponis) y grandes que enseguida se acercan para recibir la caricia;
al menos estos no pasan necesidad dentro de su aparente abandono.
Pronto
dejo un antiguo y ruinoso cortijo a mi izquierda y tras varias curvas
y alguna empinada subida visualizo algo más adelante el complejo de
la Hacienda de Jesús del Valle. Imponente edifico rodeado de olivos
y algunos viejos y enormes Castaños de Indias que a pesar de su
total abandono y deterioro sigue insinuando lo que en su día fue.
Se
asienta en el márgen derecho del río Darro con una extensión que
ronda las 400 hectáreas. “Se
compone esta finca de olivares de riego y de secano, viñedos, montes
de encinas, dehesas para pastos, huertas, jardines y alamedas, y
contiene una casa principal, otra casa cortijo con habitaciones para
dependientes, graneros, pajares, cuadras, molino de aceite, lagar,
bodega, almacén de efectos y demás dependencias necesarias para la
labor, dos molinos harineros en las márgenes del río Darro, que
atraviesa por esta finca, un tejar y un carmen denominado de la
Concepción que se halla al extremo levante de la finca.
Inscripción:Registro
de la Porpiedad núm. 1
de Granada, tomo 1.713, libro 1.048,folio 157, finca 2.812. Valorada
en su día en (año 2001) en 300.000.001 pesetas”.
Se distinguen
dos áreas constructivas dentro de la hacienda. Una perteneciente a
finales del siglo XVI y que se seguirá ampliando durante el XVII que
corresponde propiamente a la hacienda sustentando los molinos de
harina y aceite, lagar y corrales. Y una segunda perteneciente al
siglo XVIII destinada a residencia de los jesuitas. Siendo esta
segunda parte de mayor altura, formada por dos cuerpos
perpendiculares configurando una L orientadas sus ventanas al este y asomadas a un
gran patio rectangular que con sus tres plantas de altura aun hoy se
pueden distinguir perfectamente.
Su
catalogación en mayo del año 2005 como Bien de Iinterés Cultural y
a pesar de ser ésta una figura jurídica de protección especial, no
ha impedido que el abandono de su propietario y la dejación de las
distintas administraciones lo hayan llevado al estado de ruina total
en el que se encuentra actualmente. Los largos años de desidia han
propiciado los distintos expolios a los que ha sido sometido haciendo
desaparecer cualquier vestigio de su actividad agrícola. En su día
totalmente equipado de maquinaria e incluso mobiliario a fecha actual
literalmente no queda nada.
Terminada la
inspección ocular de la antigua y factuosa hacienda emprendo el
camino de regreso para una vez llegado a los primeros campos de
olivos cruzar el río por un precario puente y ascender por la ladera
norte buscando un sendero que discurre paralelo a una de las acequias
de abastecimiento de los palacios nazaríes.
Tras una
fuerte y resbaladiza subida por un senderillo apenas señalado gano
altura hasta enlazar con la vereda que acompaña a la acequia.
Acequia que va horadando la montaña y de la que solo se nos muestran
las distintos galerías de acceso que aparecen coincidiendo con los
numerosos barrancos que surcan la loma. Totalmente llana en su
discurrir me aporta una visión de todo el camino realizado en la ida
de esta mañana. La altura por la que discurre me permite apreciar
una visión amplia de buena parte del valle del río disfrutando de
los distintos verdes que aportan los cultivos junto con las encaladas
casas que lo salpican.
Esta acequia
hace su entrada al Generalife a la altura del Mirador Romántico.
Vedada esa entrada al recinto, decido descolgarme por auténticos
senderos de cabras, hoy resbaladizos en extremo por la humedad, para
perdiendo altura, acabar unos metros más abajo en el Camino del
Avellano.
Hace varios
años que no hacia este recorrido. Corto paseo que por épocas se
puso de moda en Granada para disfrute de unos y vandalismo de otros.
Salpicado de placas inscritas con versos de poetas famosos, hoy
pintarrajeadas y golpeadas apenas si se pueden leer. Lugar de reunión
en su día por un grupo de amigos al estilo de la academia helénica,
liderado por Angel Ganivet. Pregonada durante la primera mitad del
siglo XX, el agua de esta fuente por los aguadores como la mejor de
Granada, aunque también es verdad que nunca se dejó de sospechar
que se reponían las existencias de las garrafas en los más cercanos
caños del Pilar del Toro.
Recorro el
corto trayecto, con el curso del río debajo y disfrutanto la
vistosidad de las construcciones enfrentadas del Barranco del
Sacromonte, cuevas, casas y zambras, escuelas y patios del Ave María,
todas encaladas que cuando les da el sol de la mañana como hoy
constrasta sobremanera su blancura con el ocre o verde de su entorno,
hasta morir en la plaza del Rey Chico, al principio de la Cuesta del
Chapiz, donde inicié el recorrido esta mañana. Volver a cruzar el
río (puente del Aljibillo, del Rey Chico o de Ibn Rasiq), para
adentrarme en la ciudad a través del Paseo de los Tristes, pero yo
hoy no lo estaba en absoluto.
Casa
escondida
Una
casa sin dueño, perdida entre los álamos,
ha
dejado que el agua de la lluvia incansable
habite
sus estancias, derribe los aleros.
Un
camino rodea la morada sin dueño:
desconchones
y grietas, la polilla callada
que
estará en algún sitio,
y
el estrago del tiempo
ocupándolo
todo en la casa escondida.
Nadie
busca la historia de tanta ruina inútil:
todos
pasan de largo y alguien hace una foto,
sólo
el agua queda sin hacerse preguntas.
José
Carlos Rosales
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