Fachada de la catedral de Granada.
Fecha: 26-9-2012
GRANADA paseando por la ciudad.
No he creido nunca
mucho en eso de “hacerse comprender” –en realidad, “comprender” es una cuestión
del otro-; debemos expresarnos con la mayor claridad posible, pero no hacernos
comprender, ya que en ese forzado empeño nos pasamos peligrosamente al terreno
ajeno del vecino, nos alejamos de nosotros, nos falseamos. Ramón Gaya: Fragmento de Picasso, Novall y el Arte
Moderno España 1971.
Echaremos la culpa a la
climatología, esa ciencia inexacta que predice los fenómenos atmosféricos y que
hoy me ha impedido salir hacia la sierra como tenía previsto, ayudada en parte
por el abandono de última hora de mi acompañante que se ha dejado seducir por
las cálidas, sugerentes y acogedoras caricias de las sábanas a primeras horas
de la mañana sobre todo cuando se está de vacaciones y se purgan excesos.
Así que levantado y sin desafíos
montañeros a la vista he decidido darme un largo paseo por mi ciudad: Granada. No
puede faltar en el equipaje de un pertinaz visitante de calles y lugares la
cámara a la que he hecho acompañar hoy de un chubasquero por aquello de: y si
al final tienen razón y llueve. A primera hora el cielo mostraba a partes
iguales el desteñido azul matutino y el gris plomizo de las nubes. Ambos cambiaban
su ubicación rápidamente empujados por el aire, deseosos de ganar la partida.
Salgo de casa y asciendo por la
calle Gran Capitán donde me encuentro a trabajadores municipales baldeando las
calles, en San Juan de Dios el bullicio lo aporta la gente joven que ocupan las
aceras dirigiéndose a las facultades. Desgraciadamente también hay otros que
por no tener a donde ir siguen durmiendo en plena calle ajenos a todo lo
exterior: han aprendido a desconectarse y perder el miedo a la vulnerabilidad.
Desemboco en la Avenida de la Constitución, que en cualquier día claro sirve de
marco, mirando al este, para las blancas casas del Albaicín y la sierra detrás,
concretamente el Veleta. Hoy sólo se ven las primeras, el segundo era reo de
las nubes que en ningún momento de la mañana lo ha liberado.
Me dirijo hacia la Cuesta de
Alhacaba pasando junto a la Puerta de Elvira, pero la abandono casi enseguida,
prefiero callejear por las estrechas y empinadas cuestecillas que me acercan
hasta el mirador de San Cristóbal. Conforme voy ganado altura en la ascensión
de la colina voy teniendo una perspectiva más amplia de la ciudad. El mirador
ocupa una extensión de la amplia curva de la antigua carretera de Murcia que
rodea a la iglesia. Con excelentes vistas de la ciudad, de la Alhambra y de la
sierra, no tiene la fama que el de San Nicolás pero quizás las vistas que desde
él se tienen sean más completas.
Me acerco hasta la iglesia ya que
detrás se ubica el aljibe árabe perforado en el subsuelo. Se accede a través de
unas escaleras en caracol hoy protegidas con una cancela. En una de las paredes
ha arraigado una higuera que prospera exuberante tapando buena parte de la
vista y que si se le deja estar acabará ocupando todo el lugar. Rodeo la
iglesia para hacer una foto desde la plaza en su pared oeste y retorno sobre
mis pasos, para dirigirme entre estrechas, cortas y quebradas callejuelas hasta
“las cuatro esquinas”, no sin antes visitar la plaza y aljibe de San Bartolomé.
La cuesta de San Gregorio, mil
veces recorrida en ambos sentidos en mi infancia está plagada de escolares que
se precipitan hacia las puertas de la escuela. A la altura del aljibe tomo a la derecha para visitar
el carmen de Las Tres Estrellas que languidece en su abandono a la espera de
que alguien se interese por su compra. Poco más adelante desemboco frente a la
puerta de otro: “El Amor Perdido”. Conozco el barrio, me siento cómodo
transitando por él a la vez que me apabullan los múltiples recuerdos de mis
vivencias.
Me es imposible perderme aquí,
simulo callejear sin sentido, jugando a descubrir dónde me lleva el azar y éste
acaba depositándome en la plaza del Salvador. Rodeo la Iglesia y me encamino
hacia la zona de San Nicolás, calle y plaza de la Charca. Antes me acerco hacia
el Aljibe del Rey para recordar el
horario asignado para las visitas individuales: tengo una pendiente hace tiempo
ya que otro día la pertinaz lluvia me impidió saborear el recoleto
patio-huerta-jardín que lo adorna. Así como el horario del palacio de
Dal-al-horra (martes y jueves por la mañana).
Ahora sí me dirijo hacia la plaza
y mirador de San Nicolás donde coincido con un grupo de turistas que
rápidamente despìertan la vena artística de un cantaor que acompañado de su
guitarra y un palmero tratan de atraer la atención y la generosidad del grupo tratando
de hurtarle protagonismo a la Alhambra, para una vez recibidas las dádivas caer
en letargo silencioso que seguro conseguirá despertar la llegada del próximo
grupo. Aun no es hora de visitar los jardines de la Mezquita por lo que continúo
mi caminar.
Me descuelgo por las Tomasas
hasta la Cuesta del Chapiz. Quiero acercarme al edificio que ocupa La Escuela
de Estudios Árabes para visitar, si me abren, sus jardines. Responden
rápidamente a mi llamada facilitándome la entrada, sólo me solicitan que
respete los pisos superiores del complejo por estar ocupados por despachos. El
complejo consta de varios edificios orquestados sobre un par de patios, uno de ellos rodeado de altos
cipreses, con una alberca rectangular central que ofrece contrastes de colores,
la de los peces rojos nadando entre nenúfares verdes y sus flores blancas todo
ello sobre un fondo de agua casi negra que se limita a reflejar el nublado día del
que disfruto hoy. Complementa el conjunto un amplio y alargado jardín con viejos
setos de boj y cipreses salpicado de algunos árboles frutales. Por debajo las
escuelas madre del Ave María, por encima el camino del Sacromonte.
Una vez fuera de nuevo, lo
primero que advierto es el silencio que he disfrutado durante mi estancia en
los jardines. Termino de bajar la cuesta y tras cruzar por el puente el río
Darro retomo la subida hacia la Alhambra por la Cuesta de los Chinos. Empinada
cuesta a medias escalonada y en su primer tramo empedrada que discurre entre
las dos colinas: una (derecha) la de la Alhambra con su línea de muralla y
torreones de la que nos separa un arroyo que lleva las aguas sobrantes del
monumento y otra (izquierda) en donde se asienta el Generalife con sus huertas.
A media altura me vuelvo para observar un retazo del Albaicín delimitado por
los laterales de la cuesta.
Una vez arriba, tras pasar bajo
las dos arcadas, la moderna para comunicar peatonalmente los dos monumentos y
la vieja por donde discurre la acequia que alimenta los jardines y fuentes de
la Alhambra, no quiero subir más porque tengo la intención de acercarme al
Palacio de Carlos V para visitar las
exposiciones actuales: Sorolla a la que no me dejan entrar por llevar mochila,
me sugieren que la deje en consigna (aprovecho que es un pintor muy atractivo
para mi mujer y pospongo la visita para algún otro día en que me pueda
acompañar) y el Museo de Bellas Artes a la que accedo sin ningún problema. Estando en el palacio comienza una suave
lluvia que hace que me demore paseando entre las columnas de su interior a la
espera de que amaine.
Enseguida retomo la bajada para atravesando
la Puerta del Vino salir por la Puerta de la Justicia, recorrer el empinado
tramo de bosque hasta desembocar en la cuesta de Gomérez para desviarme por
encima de la iglesia de Santa Ana. Hacía tiempo en alguno de mis “deambuleos”
por la ciudad encontré un mirador a media altura entre el río Darro y las
murallas de la Alhambra. Enfrentado al bajo Albaicín es un lugar apenas
frecuentado ya que la calle no tiene salida y muere a la puerta de un Carmen.
Las vistas de todo el entramado de blancas casas salpicadas con el verde de la
vegetación hacen de la panorámica algo muy sugerente, por otro lado el no ser
un sitio habitual al que acude el turismo aporta la soledad y tranquilidad necesarias
para disfrutar mejor de las vistas.
Antes de volver a Plaza Nueva
aprovecho las reparaciones en un abandonado Carmen para, tras pedir permiso,
recorrer su interior. El edificio de dos plantas en avanzado abandono no
aconseja su visita por lo que me limito a recorrer lo que en su día fueron las
distintas paratas del jardín, con una pequeña alberca en su parte más alta,
elemento fundamental en todo Carmen granadino. Ubicado justo por debajo de la
Torre de la Vela ocupa una parcela con gran desnivel que salva con múltiples
tramos escalonados.
De regreso ya a casa
definitivamente me sumerjo en la “vorágine” de gente y ruidos que invaden la
Gran Vía y los alrededores del Zacatín para desembocar en la Plaza de las
Pasiegas e intentar lo imposible: captar con una cámara normal toda la fachada
y torre de la Catedral. La plaza es pequeña y el monumento está bastante
cerrado por los edificios colindantes, la cercanía impide enmarcar todo el
espacio, así que tengo que elegir entre dejar fuera parte de la torre o algo de
la fachada.
Termino el recorrido por
callejuelas, huyendo del trajín de las más importantes, tratando de aclimatarme
de nuevo a los ruidos, prisas y tráfico del quehacer cotidiano de mi ciudad.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por darme tu opinión