Albergue Hoya de la Mora.
Fecha: 26-7-2012
PASEO POR EL BARRANCO DE SAN JUAN
(Sierra Nevada – Granada)
Estas
últimas semanas, por diversas circunstancias, no he salido a mis excursiones
semanales, por lo que la propuesta de mi mujer de subir a dar un paseo por la
sierra lo he acogido con entusiasmo. Yo que soy asiduo de las sierras, noto una
cierta insatisfacción cuando pasan algunas semanas sin salida. Creo que padezco
cierta adicción que por otro lado no tengo ningún interés en curar.
Los
granadinos tenemos la inmensa suerte de contar con una alta sierra a pocos
kilómetros de la capital, por lo que cualquier rato es bueno para programar una
subida, más cuando se trata, como hoy, de un simple paseo. En estos días
calurosos de pleno julio el mero hecho de subir a la cota 2.500 m. ya ofrece
una bajada de temperatura de más de diez grados; si a ello añadimos un
placentero paseo sin apenas desnivel, relajado y por uno de los parajes que más
contrastes de color ofrece la sierra, la tarde se convierte en perfecta.
A
todo ello y no por mencionarlo en último lugar, es la menos importante, se suma
que me acompaña mi mujer, proponiendo la idea y dejándome a mi la elección del
lugar, completa una tarde sencillamente ideal.
Tras
la propuesta no tardamos ni media hora en coger el coche y ponernos en camino.
En principio tras el paseo habíamos pensado, ya de bajada, demorarnos en el
cerro “Ahí de Cara” para disfrutar de la puesta de sol, pero no ha sido posible
porque el día estaba neblinoso y no prometía espectáculo y por otro lado una
llamada telefónica nos ha anunciado una visita familiar. La puesta de sol ha
quedado pospuesta a cualquier otra tarde.
Hemos
dejado el coche en los Albergues y hemos iniciado el paseo junto al “tercero”
Hoya de la Mora, para justo en la curva por debajo de la caseta de control
tomar un sendero que se dirige hacia el río rodeando por su cara norte el
pequeño montículo donde se ubican las ruinas del observatorio astronómico, en
su tiempo gestionado por la Universidad de Granada, más antiguo de esta sierra:
Mojón de Trigo.
Es
un sendero bien marcado, sin desnivel apenas, que se dirige hacia el propio río
San Juan, allá donde se despeña en una pequeña cascada, visible desde la
distancia. Esta cascadita está rodeada de amplios y verdes prados, generalmente
ocupados por ganado tanto vacuno como lanar. Hoy sin embargo, estaban más hacia
arriba y no hemos tenido que compartir el camino con ninguno de ellos, como es
frecuente en estos parajes.
Es
a la altura de la cascada y en sus alrededores donde los prados de intenso
color verde, contrastando con los marrones de las piedras, a veces coloreados
de manchas blancas o amarillos por los líquenes, donde nacen los distintos
arroyuelos que van a engrosar el caudal principal que discurre por el centro
del barranco.
El
acercamiento apenas nos lleva algo más de media hora de andadura, siempre con
el marcado y desafiante “pico” del Veleta arriba, dominando la cabecera del
barranco, mostrando parte de su vertical tajo. El sendero pasa junto a unos
grandes hitos de piedra cementada que no dejan de llamar la atención por su
excepcionalidad en esta Sierra. Marcan los límites de la gran dehesa que se
extiende y ocupa todo el barranco hasta el mismo vértice del Veleta.
Una
vez llegados junto a la cascada del río, dejo a mi compañera aposentada en una
plana piedra en medio de una amplia mancha verde, alimentada por el discurrir
de distintos afloramientos de agua que hay en la zona. Yo me acerco hacia la
misma base de la cascada para tomar algunas fotos y cuando me vuelvo la veo
claramente contrastando su blusa blanca con el verde circundante, provocando un
efecto evocador de otras ocasiones en que nuestras salidas montañeras eran más
frecuentes.
Deambulo
por la zona, movido por la curiosidad, buscando al pié de un pequeño tajillo,
algo por debajo de la propia cascada y junto al río, un reflejo visualizado
desde lejos en mi acercamiento. Descubro que lo que provocaba el reflejo
intenso del sol desde prácticamente el inicio del camino es una placa metálica
adosada a la roca en memoria del montañero fallecido el pasado año, arrastrado
por un alud.
Conocía
por la prensa el sitio donde se descubrió el cadáver meses después del
incidente, pero la lectura de la placa “in situ” remueve sentimientos distintos
y distantes, recordando siempre que la sierra se cobra a veces estos “peajes”,
algo que de alguna forma todos sus visitantes debemos asumir esperanzados en no
ser nosotros el próximo.
Mientras,
mi mujer según me comenta después, además de seguir mis recorridos erráticos
por la zona, disfruta de la paz del lugar, acunada por el rumor permanente de
la cascada. Ruido que cuando, después de un rato, pasa a la retaguardia de la
conciencia, quedando como acompañamiento tranquilizador, ayuda a crear esa
sensación de bienestar que el agua, o los pájaros, suelen provocarnos cuando
estamos en plena naturaleza.
Una
vez tomadas las fotos de rigor y regresado junto a Ella, retomamos el camino de
vuelta, con la misma falta de prisas que a la ida, disfrutando del colorido del
paisaje, de los distintos pájaros que asustamos en nuestro caminar, la miriada
de saltamontes que salpican la vereda o las coloridas mariposas que revolotean
a nuestro alrededor.
A
veces, olvido los grandes placeres que puede ofrecer una subida a la sierra sin
el afán de largas caminatas, sin objetivos lejanos y penosos y que puede
ofrecer un corto y relajado paseo por un barranco que tengo recorrido en todos
los sentidos como medio para llegar a algún otro lugar. Hoy el relajado caminar
y la compañía se ha convertido en el medio y el fin: no ha hecho falta nada
más.
Recordatorio: en nuestras salidas al
campo sólo debemos dejar nuestras pisadas, todo lo demás: impresiones, fotos y
residuos (orgánicos e inorgánicos), deben regresar con nosotros.
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¡Otro estupendo reportaje amigo! Aunque no te haga comentarios en los demás no me pierdo uno. Ciertamente el lugar transmite una paz que dentro de unos días voy a echar de menos cuando empiece el curso escolar. Saludos y espero pronto tu nuevo reportaje.
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