Sierra de Almijara.
La “Sexi” ALMUÑECAR
Fecha: 26-12-2010
Teníamos hace días dos entradas para el acuario de Almuñecar y este sábado decidimos que era el día idóneo para bajar a la costa y hacerle una visita a esta ciudad de la ribera granadina. De antiguo conocimiento por los distintos pueblos que se aventuraban por las costas mediterráneas, siempre ha sido una localidad ambicionada como residencia por variadas culturas. Ya cuando los fenicios se asentaron en ella encontraron habitantes anteriores. Desde el 1.500 a.C no ha dejado indiferente a nadie, así primero disfrutada por la cultura argárica, para posteriormente dar cobijo a fenicios, romanos y árabes, que durante su ocupación la convirtieron en la más importante ciudad costera de Granada hasta que a finales de l.489 se rindió a las tropas cristianas.
Ciudad que habitualmente doy de lado durante la época estival dada la gran afluencia de visitantes de diferentes países que la ocupan, se convierte en muy atractiva durante el invierno. El clima sumamente agradable durante todo el invierno si además la visita coincide con un día soleado la hacen muy atrayente. Hicimos el viaje de ida por la autovía de Motril para hacer los últimos kilómetros por la transitada carretera de la costa. Ya como granadinos dudamos de que algún día lleguemos a usar la autovía que recorre todo el litoral del mediterráneo por nuestra provincia o quizás cuando llegue ese momento se nos hayan acabado las ganas de viajar por el paso de los años.
Cuando no hay excesivo tráfico y la atención exclusiva a la conducción no es obligada, éste tramo de carretera que discurre bordeando la costa, un poco por encima de la playa, ofrece panorámicas atractivas. Dado que la sierra muere en la misma playa en la mayoría del recorrido, el serpentear de la carretera por las diferentes lomas anima a parar para poder apreciar rincones visualmente muy bellos siempre aderezados con el amplio horizonte del mar.
El acuario, aunque puede parecer algo pequeño, si se han visitado otros de grandes ciudades, no deja de tener un gran atractivo. En la visita que hicimos el pasado sábado, a una hora temprana, tuvimos la suerte de disfrutarlo prácticamente en soledad. Sólo coincidimos con un padre y su hija pequeña que nos precedieron casi durante todo el recorrido, por lo que apenas compartimos espacio con ellos en alguna sala. Ello nos permitió demorarnos en aquellos acuarios que nos parecieron más atractivos sin tener que esperar el desalojo de otros visitantes. Está ubicado en el subsuelo de una plaza del pueblo.
Arriba están situadas las taquillas junto con la tienda de recuerdos como punto de partida donde comienza la bajada para acceder al recinto. Tras una puerta, ya en el sótano, comienza una galería que recorre en espiral los distintos niveles para terminar con un llamativo pasaje por debajo y dentro del acuario mayor de la exposición. La habitual galería acristalada que atraviesa el tanque mayor del recinto donde disfrutamos de la visión de peces por todos lados. Aquí se encuentran los siempre intrigantes tiburones.
Como curiosidad comentar que la mayoría de las especies representadas son mediterráneas lo que lo hace cercano. Es el acuario mayor de Andalucía y en su interior están dispuestas los diferentes ejemplares en veinte acuarios con una capacidad total de 1,5 millones de litros de agua marina. Destaca el Oceanario con más de 100 especies distintas y se acerca a los 2000 ejemplares, donde se acumulan las dos terceras partes del agua total, atravesado por el túnel de cristal mencionado de 17 metros de longitud.
Una vez visitado el acuario nos dedicamos a pasear por la ciudad para llegar hasta el Parque del Majuelo. Jardín botánico con multitud de especies, la mayoría tropicales donde ocupan especial lugar todo tipo de palmeras, jalonado con numerosas estatuas. Este parque engloba las ruinas de la Fábrica de Salazones que crearon los fenicios y engrandecieron los romanos. En nuestro deambular por la ciudad encontramos la Oficina de Turismo, a la que nos acercamos no para pedir información, sino porque nos llamó la atención el palacete en el que está ubicado, invitaba a su visita el jardín de la entrada con unos bancos bajo las esbeltas palmeras o el inmenso ficus que ocupa toda una esquina del mismo. A la salida siempre en sentido descendente acabamos en una amplia avenida a orillas del mar por el que paseamos en dirección al Peñón del Santo al que ascendemos para disfrutar de unas amplias vistas de las diferentes playas con que cuenta la ciudad.
Aunque las playas granadinas no son de arena de gran calidad, ya que están formadas por piedras de diferentes tamaños, no por ello dejan de ser muy visitadas por propios y foráneos. Aquí no encontraremos la fina arena de las playas onubenses, ni siquiera la de las malagueñas, pero el clima subtropical del que goza compensa esas carencias.
Después de amplios paseos en mangas de camisa por el paseo marítimo, llegó la hora de comer. Así que localizado un local a pié de playa nos dispusimos a saciar el apetito con vistas al mar. Una vez terminado el trámite culinario y tras un nuevo recorrido por la ciudad buscando el coche, decidimos hacer el camino de regreso atravesando el valle del rio Verde cubierto de exuberante vegetación.
La bonanza del clima ha permitido que todo el valle y las laderas colindantes hasta bien alto estén tapizadas de árboles frutales, el gran tesoro de la zona: aguacates, chirimoyos, nísperos, plátanos, mangos, etc. La carretera es estrecha y llanea recorriendo todo el valle del rió hasta llegar poco antes de Jete en que comienza a ascender. Todo el trayecto está jalonado con naves dedicadas a la venta de los productos y la mayoría de los pobladores de estas localidades viven de la exuberante riqueza agrícola.
Tras Jete, la carretera siempre custodiada por las plantaciones llega a Otívar, dedicado al igual que el anterior a la agricultura de los productos tropicales. Más arriba y para el que hay que desviarse si se quiere visitar está Lentegí, el más alto de los tres y colgado casi arriba del todo en la ladera. La visita a éste último ha quedado aplazada para otro día y hemos seguido el trazado de la carretera de “La Cabra” (A-4050) que recorriendo con incesante curveo las lomas de la Sierra de Almijara para ganando altura encaminarse hacia Granada.
Durante el recorrido mientras ascendíamos disfrutamos de inmejorables vistas de los diferentes picos de la sierra calcárea que aunque en apariencia seca y árida, tiene la virtud de acumular el agua procedente de la lluvia como una esponja para dejarla escapar lentamente en cotas más bajas y alimentar los diferentes manantiales que darán origen a los ríos Verde y Seco.
Un poco más adelante pasamos por la entrada a la zona de campamentos “Huerto Alegre” disfrutados tradicionalmente por los críos granadinos. Establecimiento regentado por el ayuntamiento de la capital, algo abandonado en su acceso, ya que las farolas que iluminaban el carril de entrada están en lamentable estado e incluso los dos centenares de metros que tiene la carretera de entrada está muy descuidada con numerosos baches. De puertas adentro del perímetro vallado el aspecto cambia radicalmente, como si de otra cosa se tratara, se mantiene la limpieza y los edificios en perfecto estado e incluso en mi visita pude apreciar que están recién pintadas sus fachadas.
Transcurridos una decena de kilómetros por entre las lomas con escasa visibilidad de grandes panorámicas, comenzamos la bajada ya con la Sierra Nevada permanentemente visible, para llegados al Suspiro del Moro, entrar en los dominios de la ciudad de Granada.
Nota: Perdonad la mala calidad de las fotos de interior ya que no se podía utilizar flash, yo no llevaba el trípode y las vidrieras de los acuarios distorsionan las imágenes.
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Hace algún tiempo hice una visita como la tuya pero mis fotos no estaban para publicarlas. Bonito reportaje amigo. Un saludo.
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