Ya en el Maullo las trincheras rodean todo el cono cuperior del cerro.
Desde el Maullo se domina todo el valle del río Darro así como el pueblo de Huetor Santillán.
Fecha: 26-4-2011
M.I.D.E.:2,2,2,3
Duración: 6h30’ (29.900p.)
Desnivel en subida: 700 metros
Rangos de temperatura: de 8ºC a 19ºC
En anteriores salidas he visitado el Peñón de la Mata, las trincheras de la “Sierra de la Yedra” y las denominadas “Las Veguillas”, ahora quedan por visitar otros dos conjuntos de trincheras ubicados también en la Sierra de Huetor: las ubicadas en “Llanos del Fraile” y las del “Cerro Maullo”, con lo que termino el recorrido de las trincheras. Para los interesados, el Parque Natural de la Sierra de Huetor ha editado una guía para facilitar y dar a conocer los recorridos que unen todas las trincheras, además ha rotulado, mediante carteles, a lo largo del itinerario una serie de postes con indicaciones de ubicación, punto anterior y posterior, todo ello con las coordenadas GPS.
Para llegar hasta los dos destinos fijados para hoy he optado por subir en coche hasta el centro de interpretación “Puerto Lobo” (23’5 km) y dejando allí el coche iniciar la caminata. Me podía haber acercado mucho más al primer punto de visita, pero ya sabéis que no es mi estilo, allí donde se pueda sufrir para que evitarlo. Una vez abandonado (temporalmente) el coche me interno en el parque por la pista de tierra que sube hacia la Alfaguara, para a los dos o dos kilómetros y medio abandonarla por un sendero que arranca a la izquierda con su poste indicador: Cruz de Víznar.
Este sendero, muy marcado, asciende en su primera parte de forma muy suave entre pinos, casi paralelo al barranco de la “Umbría”, para a mitad de camino empinarse algo más y comenzar con el zizagueo a remontar la loma que me llevará al collado de la Cruz de Viznar. Me muevo por un bosque de pinos con algunos ejemplares de Pinsapo, éste árbol aunque es de repoblación se ha integrado muy bien en el bosque. Era un árbol propio de la época glacial que aquí ha conseguido una altura de quince metros. De forma cónica, densa y de color oscuro es pariente de cedros, pinos y cipreses, solo se da en sitios como esta umbría en que la humedad no falta en todo el año.
Una vez llegado al collado diviso a mi izquierda la “Cruz de Víznar” a la que no voy a subir hoy. Tomo el ramal del sendero que se dirige a la derecha (norte), hacia la Cueva del Agua. Una media hora después a mi izquierda surge un senderillo que se adentra en una zona boscosa muy tupida que apenas deja pasar los rayos del sol: me incita a que lo siga y tras una breve duda, ya que no va en la dirección deseada, me dejo convencer.
Comienza en suave bajada adentrándose en un trozo de bosque tan espeso que no deja traspasar los rayos del sol, lo que me hace sentirme en otro lugar, no son aquí habituales estos tupidos bosquetes. Ayuda el silencio que reina en el lugar que no llego a interrumpir con mis pisadas por la espesa capa de espículas que cubren el sendero. Tras la lluvia de ayer, el suelo está blando y totalmente cubierto de vegetación, hasta las piedras lucen un barniz verdoso de musgo. Todo ayuda a situarme en un mundo irreal donde me dejo llevar por las agradables sensaciones, las auditivas a cargo de las aves, las olfativas de las plantas en flor y la tierra húmeda y las visuales. Otras veces me he perdido involuntariamente, hoy me dejo perder a sabiendas de que a lo peor tendré que volver sobre mis pasos. No importa.
Este sendero desemboca en otro mayor que a su vez me lleva a una pista, todo en sentido contrario al que debería llevar, hasta desembocar en una amplia pradera con suave pendiente, tapizada por completo de tierna hierba resplandeciente por el rocío de la mañana. Me da la bienvenida un gigantesco pino que cubre con su ramaje, casi a nivel del suelo, una amplia circunferencia que invita a refugiarse dentro. Lo hago despojándome del macuto y me recuesto sobre su grueso tronco a admirar el paisaje (Alfaguara Chica). El recio y poderoso respaldo junto al intrincado ramaje que me cubre transmite tranquilidad y paz, aquí se olvida el cansancio, los problemas, todo lo demás ya no importa, queda minimizado, solo permanecer disfrutando y dejándose arrastrar por sensaciones que fluyen espontáneas. Ha merecido la pena dejarse llevar, aquí sentado sin apenas pensamientos conscientes sólo se me ocurre asentir: todo está bien.
Después me percato que curiosamente hace unas semanas cuando estuve por aquí de excursión me acordé que hace muchos, pero que muchos años que no visitaba la Alfaguara Chica, llamada así por ser una explanada al igual que la otra, con agua (antiguamente tenía un manantial, hoy solo queda la estructura de la fuente), despejada de árboles y cubierta de yerba donde nos permitían perdernos distraídos en juegos y fantasías, hasta la hora de comer, en que muchas ocasiones sin necesidad de llamar mediante un silbato, aparecíamos todos casi simultáneamente. Ya sabían nuestros tutores que el estómago de un niño es un reloj bastante fiable. Hoy dejándome llevar por la curiosidad o por el “destino” he acabado allí donde le memoria me transportaba el otro día.
Como la dicha no debe ser muy duradera ya que nos acostumbramos y pierde toda su fuerza, retomo el caminar y volviendo sobre mis pasos, todavía con el regusto de las experiencias pasadas me encuentro con la puerta del Arboretum “La Alfaguara”. Un recinto cerrado para protegerlo de los animales en que se distribuyen una multitud de árboles frutales junto con otros propios de esta zona e infinidad de matorrales de mayor o menor porte que atraen a una multitud de aves por la facilidad y abundancia de la comida. No me entretengo en leer los nombres rotulados a los pies de las especies representadas, sencillamente paseo entre ellos.
De nuevo en marcha buscando el primer objetivo del día: trincheras “Llano del Fraile”. Un intrincado laberinto de pasillos para unir los distintos puestos de vigilancia, rodeando un promontorio de 1.392 m de altura, prácticamente enfrentado al Peñón de la Mata y dominando todo el valle del río Bermejo. Aquí me siento un rato y trato de imaginar la vida de los soldados que tenían que defender estos lugares durante la refriega civil española. En constante tensión día tras día, permanente agachados para no dejarse ver por el enemigo y que los muros los protegieran. Recuerdo a mi padre que en mi juventud, alguna de las pocas veces que hablaba de la guerra me decía: son más peligrosas las balas que no se oyen que las que sí, porque estas han dado en otro sitio, las que no se oyen pueden acabar o muy lejos o dolorosamente muy cerca. Las sensaciones son diametralmente opuestas a las percibidas unas horas antes. El contraste es abismal.
Después de comer algo prosigo la ruta por la pista que me lleva hasta el paraje “Fuente de la Teja”, igual de abandonado que siempre, para poco más abajo desviarme a la derecha para volver al centro de visitantes. Aquí el camino se hace fatigoso porque el sol ya está arriba del todo y el calor se hace sentir, por otro lado la pista es de arenisca blanca con lo que refleja el sol que recibe. Definitivamente esta sierra no es buena para andarla en días calurosos, una vez alto el sol y por las pistas blancas que la atraviesan.
Un poco antes de llegar al aparcamiento me desvío hacia la izquierda porque un cartel me indica que por él se accede al “Cerro Maullo”, último conjunto de trincheras que voy a visitar hoy. Maullo es un cerro de 1.320 m de altura, cuyo cono superior está ocupado totalmente por una red se trincheras. Desde aquí se domina todo el barranco que recorre el río Darro, el paso natural de Puerto Lobo, antiguo trazado de la carretera de Murcia y el pueblo de Huetor Santillán que queda a sus pies, además de una amplia zona de la Sierra de Huetor.
Multitud de mariposas ocupando el amplio abanico de tamaños, formas y colores pululan por el cerro, totalmente ajenas a la historia del lugar, permanecen en constante movimiento, alardeando en baile sin fin, para buscar pareja e iniciar de nuevo el ciclo de la vida, antes de que su efímera vida acabe.
Para la vuelta del Maullo tomo un sendero que ha habilitado el Parque y que me acerca a los distintos barranquillos, mucho más húmedos que la pista de arriba. Atraviesa lo que antaño debió ser parte de las zonas cultivadas pertenecientes al antiguo cortijo, hoy sede del Centro de Interpretación de Puerto Lobo, ya que se mezclan los pinos y abetos con los olivos, los castaños y algún cerezo, frutales que sirven ahora, al menos algunos, para soporte de las zarzas que ávidos del espacio antaño perdido trepan por ellos.