Una de las charcas a la que me acerco para observar si mantiene batracios.
Fecha: 9-9-2015 Collado
Alguacil 8’30h.
M.I.D.E.:2,3,3,3. Toril 9’45h.
Duración: 8h (Semicircular) Cerro
Mirador Alto 12’30h.
Desnivel en subida: 675 metros Castillejo 13’00h.
Rangos de temperatura: de 9ºC a los 23ºC Collado Alguacil 16’40h.
Anteriormente
había recorrido tanto La Cuerda del Alguacil como la loma Cuna de los Cuartos y
la de Maitena por sus partes más altas pero me faltaba recorrerla a media loma
y junto al cauce del río. Entre ambas lomas discurre el río Maitena, que como
otros ríos serranos tiene un recorrido corto y con un desnivel apreciable. Como
todos los ríos penibéticos tiene varias fuentes (la más conocida a la vez que visitada son los Lavaderos de la Reina) pero tiene innumerables otros arroyos en su cabecera y hoy he querido, además de
alcanzar otras metas recorrer la mitad alta del curso del Maitena por uno de ellos.
Por
encima de Güejar Sierra, sobrepasado el Cortijo Balderas, ya en el collado que
se forma entre las cimas de los cerros Tamboril (1.927 metros) y Alguacil (2.004
metros) arranca una carretera que además de dar servicio a algunas propiedades
recorre la amplia loma del Alguacil a media altura. Nunca me había adentrado
por ella y hoy le ha tocado.
Son
en total 9’5 kilómetros de carril terrero. Los siete y medio primeros libres
para el tráfico y en relativo buen estado, excepto una corta bajada pasado el
Cortijo Gustavo. Otros dos más a partir de la cadena que nos indica que el
Parque Nacional no permite el acceso de vehículos. Este segundo tramo finaliza a las puertas
de un toril. A partir de él: nada. Solamente el río, la montaña y las múltiples
veredas abiertas entre la dura, espesa y pinchuda vegetación por el ganado
vacuno. Pero lo que para la piel de una vaca es un arrascadero para la fina
piel mía es lacerante, así que hay que escoger con exquisito mimo si no quiero
salir seriamente deteriorado.
Al
principio el reiterado discurrir del ganado abre caminos “amplios”, al menos
hasta alcanzar la orilla del río. Por mi parte había decidido seguir el trazado de una acequia “De la Hoya”, que según plano atendía a mis intereses. No ha
sido así porque al llegar al primer barranquillo, lo salva mediante dos
tuberías voladas de plástico que no he considerado oportuno pisar. He tenido
que descolgarme prematuramente hasta el mismo cauce del río.
Una
vez alcanzado el fondo del barranco y tras caminar un buen rato cauce arriba he
decidido abandonarlo por la izquierda (margen derecho del río) buscando, loma arriba, el otro objetivo del
día: Cerro del Mirador Alto (2.674 metros), pensando que ya tendría tiempo de recorrer el cauce en mi bajada. Situado en la ladera norte del
Picón de Jérez no había llamado mi atención hasta ahora. Aunque está
fuera de mi campo visual, ya que me lo tapan las lomas cercanas, estoy totalmente ubicado por la presencia del Picón.
Así que para arriba.
La
ascensión ha sido relativamente cómoda porque las laderas de estos cerros
suelen ser tendidas, con algunos afloramientos rocosas pero carentes de zonas de cortados o tajos, por lo que basta con coger un ritmo adecuado, paso corto y
acometer la subida.
Desde
el Mirador tengo a la vista la amplia depresión del Marquesado que alcanza hasta la sierra de Baza; el Picón de Jérez a escasa distancia casi me anima a ascenderlo; pero es la dirección donde se encuentra El Castillejo (2.700 metros) a donde tengo que dirigirme.
Formación rocosa aislada que emerge a media loma del Picón al que la imaginación le ha visto forma de castillo almenado y supongo que de ahí nombre. Tratando de ganar algunos
metros me dirijo hacia él para posteriormente dejarme caer hacia Los Lavaderos
de la Reina.
El cauce principal y central del río Maitena (en los Lavaderos de la Reina) ya lo conozco por reiteradas y anteriores
visitas, por lo que aprovecho que bajando del Castillejo encuentro un
nacimiento, inicio de uno de los múltiples arroyos que conforman el río y que intuyo –por ubicación y dirección- que
puede ser el que alimente la acequia Papeles. Decido seguirlo.
No
es fácil. La bajada es pronunciada y tratando de andar lo más próximo a su
cauce, los cambios de orilla se multiplican, no en vano es una de las fuentes
del río y yo al decidir recorrer su curso alto hoy ya presumía lo que iba a
encontrar. Tras penosa bajada, confirmo mi intuición primera y llego a la
cascada donde habitualmente me siento para comer en mis visitas a los Lavaderos
e inicio de la mencionada acequia.
En
la ciudad, donde generalmente nos movemos deprisa de un lado para otro (prisas
que rompen los semáforos), vamos acumulando el desgaste del mucho ruido y el estrés de las aglomeraciones, lo que hace que al final de la jornada estemos agotados física y emocionalmente y
sólo deseamos terminar ansiando desconectar. Andar a un ritmo elegido, sin agobios, en soledad y
silencio, me ayuda a reencontrarme, a pensar en abstracto. Es una forma
de retroceder en el tiempo, a otros tiempos en que no todo había que hacerlo
corriendo, en que todavía se podía disfrutar de las sensaciones, de la fresca
brisa, del murmullo del agua, o dejar a nuestros sentidos ejercer sus funciones
sin otro objetivo que sencillamente sentir y asimilar lo sentido para
incorporarlo a nuestra bagaje y experiencia sensorial.
El
descenso hasta el toril ha sido relajada, lo más próximo al cauce que éste me
permitía; aprendiendo, atento a la fauna que se mueve o la flora que se instala
en las márgenes; mi continuo cambiar de orilla que el escaso caudal -eficazmente
mermado por la acequia Papeles- no dificultaba el tener que saltar
continuamente de un lado a otro, atendiendo a todo aquello que me llamaba la atención.
La
falta de avistamiento de cabras durante toda la ascensión se ha compensado con
la visión de múltiples restos óseos, eficazmente blanqueados y de llamativa abundancia en las márgenes del río. Suelen acercarse al agua cuando se sienten enfermos y
si no es así ya se encarga las tormentas o la nieve del desplazamiento hacia las
zonas más bajas de los barrancos. Hoy he encontrado cuatro osamentas y multitud
de otros huesos desperdigados.
Llegado
de nuevo junto al toril me reincorporo a la estrecha carretera que tras algunas
paradas junto a cortijos ruinosos, arroyuelos laterales y charcas de riego me
devuelve, primero hasta la cadena que impedía el tránsito rodado (2 kilómetros)
y posteriormente hasta el collado (unos 7 kilómetros), para iniciar la bajada,
ésta definitiva y por carretera asfaltada, aunque sumamente estrecha, hasta
Güejar Sierra. Pero ahora ya no dependo de mis piernas que descansan sino que es el coche el que me transporta.
Recordatorio: en nuestras salidas al campo
sólo debemos dejar nuestras pisadas, todo lo demás: impresiones, fotos y
residuos (orgánicos e inorgánicos), deben regresar con nosotros.
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