Fecha: 3-11-2015 Cota
2.500 7’30h. – 16’30h.
M.I.D.E.:2,2,3,4. Carihuela 9’10h.
– 15’00h.
Duración: 9h (Semicircular) Laguna
Caldera 11h. -
13’30h.
Desnivel en subida: 1.300 metros Mulhacém 12'30h.
Rangos de temperatura: de 4’5ºC a los 7’5ºC
Este
año creía haber dejado pasar la oportunidad de ascender hasta el Mulhacén. Las
nevadas de mediados de noviembre, así lo indicaban, pero las suaves
temperaturas no han querido abandonarnos y nos encontramos que a primeros de
diciembre (teórico invierno metereológico) las bajas temperaturas no acaban de
llegar, ni la nieve a la sierra. Sólo blanquean los recorridos de las pistas de
esquí, gracias a los partos de los cañones, ¿será el calentamiento global?.
Así
que hoy me decido, consciente de que en cualquier momento puede cambiar la
climatología y cualquier lluvia en cotas altas, es nieve y no me agrada ya
ascender con nieve –y nieve muy dura por las mañanas- para evitar riesgos
innecesarios.
Como
tengo por costumbre madrugar, dispongo el despertador para comenzar el caminar alrededor de las siete y media de la mañana, porque pretendo alargar el
recorrido de hoy más de lo habitual. Aunque a tan temprana hora es todavía
noche, sólo me demoro unos minutos para lanzarme enseguida ya que el sendero está
muy marcado, es archiconocido por mí y la media luna me ayuda a andarlo y a verlo.
Me
constan cuatro accidentes de aeronaves en Sierra Nevada y una de ellas se produjo en la
ladera sur del Mulhacén, cerca de la cota 3.000. En mi recorrido quiero
acercarme a la zona por ver si encuentro todavía, algún resto del mismo.
No
voy a entrar en descripciones del primer tramo de la ascensión hasta el refugio
de La Carihuela por ser sobradamente conocido y aparecer en mis entradas en
reiteradas ocasiones. Si acaso alguna impresión personal, más cercana a mis
sensaciones que a las incidencias del caminar. Hoy he empleado algo más de tiempo
de lo “habitual”, no en vano el mes pasado fue baldío en salidas y a mi edad la
falta de continuidad se paga.
Creo que los senderistas somos individuos singulares que aceptamos pasar horas o días fuera del automóvil, alejados de la zona de confort, para adentrarnos corporalmente en la desnudez del mundo. Este ejercicio propicia una filosofía elemental de la existencia basada en pequeñas cosas; conduce durante un instante a interrogarse acerca de sí mismo, de la relación con la naturaleza o con los otros, a meditar sobre un amplio abanico de cuestiones.
A
pesar de esa baja forma he remontado los setecientos metros de manera
“honrosa”, ayudado por la temperatura muy agradable y por supuesto la falta
total de nieve que no he tenido que pisar en ningún momento. En la falda del
Veleta, ya en la cota 3100, a los lados de la carretera es donde he encontrado nieve acumulada, más por efecto de los quitanieves que por las propias
precipitaciones. Llegado a la Carihuela, empieza a calentarme el sol lo que me
obliga a quitarme prendas de abrigo y rellenar la mochila. Hoy he paseado los
crampones y un plumón durante toda la jornada.
Durante milenios los hombres han caminado para trasladarse de un lugar a otro, y todavía es así en la mayor parte del planeta.
Todas
las lagunas avistadas, que han sido muchas -hasta 17- estaban cubiertas por
hielo, esas bajas temperaturas son las que le dan permanencia, ya que alguna de
ellas sin las heladas nocturnas estaría seca. Cuando visualicéis las imágenes
lo apreciareis perfectamente. He decidido caminar, durante la ida, por la
carretera que atraviesa el macizo, para dejando atrás la laguna de la Caldera,
acercarme hasta la ladera sur del Mulhacén y ascender por ella.
Intento
recorrer, a la vez que la subo, la loma donde mis recuerdos sitúan los restos
del avión siniestrado. Ya en mi adolescencia estuve por aquí y encontré algunas
piezas metálicas. Los tres accidentes de aviones grandes en Sierra Nevada
comparten algunos datos. Todos se produjeron en la década de los años sesenta
(1960, 1964 y 1966); todos se estrellaron alrededor de la cota 3.000; en dos de
ellos no hubo supervivientes (el francés del Goterón, 2/10/1964 con 80
fallecidos) y éste de la ladera sur del Mulhacén (norteamericano, 16/2/1966 y
ocho fallecidos); en el tercero no hubo víctimas mortales salvándose los 24
oficiales que viajaban a bordo (norteamericano Chorreras Negras, 8/3/1960),
caso inédito en la historia de la aviación para esas condiciones climatológicas
y de altura.
Se conocen los nombres de los infortunados
tripulantes del avión estrellado. Son: el capitán piloto Wiliam Cornwell, el
primer teniente y segundo piloto John Arieceheaux, el sargento ingeniero de
vuelo Donald G. Gallitzin, otro sargento ingeniero de vuelo James W. Thompson,
el sargento jefe de la carga Ronald W. Hickman, el miembro adicional de la
tripulación sargento Charles R. Anderson, miembro adicional cabo de segunda
clase Kenneth C. Young y el capitán navegante James P. Cisco".
Entre
la falta de “piernas” y de memoria no he conseguido encontrar nada.
Posiblemente no he atacado la loma por el sitio correcto, no la he recorrido
suficientemente, o simplemente el tiempo –casi cincuenta años- y la
climatología han borrado las señales. Aun así me ha servido para remontar la
larga loma y alcanzar la cima de forma amena ya que no pensaba en el desnivel
sino que iba atento por si divisaba algún resto.
La energía propiamente humana, surgida de la voluntad y de los más elementales recursos de nuestro cuerpo (caminar, correr, nadar...), hoy raramente es requerida a lo largo de la vida cotidiana.
La
estancia en la cima en total soledad, una temperatura muy agradable junto a la
falta total de aire, se ha prolongado casi media hora. Tiempo dedicado a pensar
y rememorar, como cada año, consciente de que puede ser la última por lo que
hay que saborearla al máximo. Los recuerdos ayudan. Soy consciente de que mis
subidas anuales al Mulhacén son autochequeo para descubrir en qué estado físico
estoy y qué capacidad mantengo de control del sufrimiento cuando no me van bien
las cosas para conseguir terminar. La mera subida no me motiva ya que la
reiteración le ha restado interés.
Reivindicar conscientemente que caminar es un atajo en el ritmo desenfrenado de nuestras vidas, una forma adecuada de tomar -medir- distancias.
La
bajada ha sido bastante más cómoda y rápida que la ascensión con apenas unas
ridículas manchas de dura nieve en el sendero que no han dificultado para nada
el recorrido. Abajo, alcanzado el pie de la loma, me acerco hasta el refugio
para la “inspección”, como tengo por costumbre. Hace unas horas ya visité el
pequeño refugio de Loma Pelá, y dentro de un rato me acercaré hasta el de La
Carihuela. Sigo constatando que se abandonan restos -café o fideos-, supongo
que con la sana intención de que los aproveche alguien, pero es seguro que
acabarán esturreados por los alrededores. No obstante, en general limpios.
En
mi regreso decido ascender usando el sendero que bordea todo el circo glaciar
de la Laguna Caldera (obviada su visita en la ida) hasta aparecer en el collado
de Loma Pelá, aunque sólo sea para darle un carácter semicircular a la salida. Este
recorrido semicircular que asciende recorriendo el amplio circo glacial de la
laguna, cada vez está más deteriorado: los ventisqueros, los chaparrones y el
deshielo que ablandando el terreno lo hace deslizarse ladera abajo, acabarán
inutilizándolo totalmente.
Quisiera hablar para elogiar el caminar consentido que se hace con placer en el corazón, ese que invita al encuentro, con uno mismo o con los demás, a la conversación, al disfrute del tiempo, a la libertad de detenerse o de continuar. El goce tranquilo de pensar y caminar. Practicar el "bagabundeo" tan poco tolerado en nuestra sociedad como el silencio, oponiéndose así a las todopoderosas exigencias del rendimiento.
De
nuevo en la carretera, frente al conjunto de lagunas de Río Seco -ahora cuesta
arriba-, la suave cuesta se hace notar por el cansancio que arrastro, me viene
a la memoria que este tramo -de regreso-, siempre se me hace excesivamente largo. Cuando
alcanzo de nuevo el refugio de la Carihuela, cambian las sensaciones. He
concluido las subidas y ya solo resta bajar. Aunque soy consciente de que
todavía me queda más de una hora de exigente bajada (700 metros), el saber que
abajo está el coche ayuda a sostener el ritmo de las piernas o quizás sea
porque me desentiendo, acabo poniendo el “piloto automático” y me dejo llevar.
Recordatorio: en nuestras salidas al campo
sólo debemos dejar nuestras pisadas, todo lo demás: impresiones, fotos y
residuos (orgánicos e inorgánicos), deben regresar con nosotros.
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